Página 184 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
ha sido así, y ese mismo espíritu que encarceló a Jeremías por haber
obedecido la palabra del Señor persiste en nuestros días.
A la vez que los hombres no aceptan humildemente las repeti-
das advertencias se complacen con falsos maestros que adulan su
vanidad y refuerzan su maldad y, sin embargo, no son capaces de
ayudarlos en los días de tribulación. Los siervos escogidos de Dios
deben afrontar con valor y paciencia todos los sufrimientos y las
pruebas que les traen los reproches, la negligencia o las interpreta-
ciones erróneas porque cumplen fielmente el deber que Dios les ha
encomendado. Deben recordar que los profetas de la antigüedad y
el Salvador del mundo también sufrieron los malos tratos y la perse-
cución por causa de la palabra. Deben esperar la misma oposición
que se manifestó al quemar el rollo que había sido escrito al dictado
de Dios.
El Señor prepara un pueblo para el cielo. Los defectos de carácter,
la voluntad obstinada, la idolatría soberbia, la indulgencia con las
faltas, el odio y las contiendas provocan la ira de Dios; el pueblo
que guarda sus mandamientos debe abandonar todas esas taras. Las
argucias de Satanás engañan y enceguecen a los que viven en esos
pecados. Creen que están en la luz y, sin embargo, andan a tientas
en las tinieblas. En nuestros días hay murmuradores entre nosotros,
como también hubo murmuradores en el antiguo Israel. Los que,
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con una tolerancia imprudente, mueven a rebelión a los hombres,
cuando su egoísmo los atenaza ante las reprensiones merecidas, no
son amigos de Dios, el gran Reprensor. Dios enviará reprensión y
advertencia a su pueblo mientras esté en la tierra.
Los que, valientemente, escogen el bando correcto, los que alien-
tan la sumisión a la voluntad revelada de Dios, esforzándose por
abandonar sus malas acciones, son amigos del Señor; el cual, por
amor, desea corregir los errores de su pueblo para así poder limpiar-
los y, tras borrar todas sus transgresiones, prepararlos para su santo
reino.
Sedequías sucedió a Joacim en el trono de Jerusalén. Pero ni el
nuevo rey ni su corte, ni tampoco el pueblo, escucharon las palabras
del Señor habladas por medio de Jeremías. Los caldeos comenzaron
el asedio a Jerusalén, pero durante un tiempo tuvieron que emplear
sus armas contra los egipcios. Sedequías envió un mensajero a
Jeremías pidiéndole que orara al Dios de Israel en favor de su pueblo.