Página 191 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Son necesarias las reprobaciones fieles
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la corriente, y gritar “¡Hosanna!” con la multitud, es fácil. Pero en la
tranquilidad de la vida diaria, cuando no hay ninguna excitación o
exaltación, llega la prueba de la verdadera cristiandad. Es entonces
cuando su corazón se enfría, su celo desfallece y los ejercicios
religiosos se vuelven desagradables para usted.
Sin duda alguna, usted descuida hacer la voluntad de Dios. Cristo
dice: “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando”.
Juan
15:14
. Ésta es la condición que se nos impone, ésta es la prueba
que pone de manifiesto el carácter de las personas. Los sentimientos
son a menudo engañosos y las emociones no son una salvaguarda
segura; porque son variables y están sujetos a circunstancias exter-
nas. Muchos se pierden porque confían en las impresiones de sus
sentidos. La clave es: ¿Qué hace por Cristo? ¿Cuáles son sus sacri-
ficios? ¿Y sus victorias? El espíritu soberbio vencido, la tentación
de descuidar los deberes resistida, las pasiones subyugadas y una
obediencia dispuesta y alegre rendida a la voluntad de Cristo son, de
largo, las mayores pruebas de que se es un hijo de Dios, libre de la
piedad espasmódica y la religión emocional.
Hermanos, ambos sienten aversión a la reprensión, siempre ha
despertado en sus corazones el desafecto y la murmuración contra su
mejor Amigo, quien siempre ha buscado su bien y a quien ustedes le
deben todo el respeto por un sinfín de razones. Se han separado de él
y han ofendido al Espíritu de Dios al levantarse contra las palabras
que ha dado a sus siervos al respecto de su conducta. No han escu-
chado a esas admoniciones y, por lo tanto, han rechazado el Espíritu
de Dios y lo han alejado de sus corazones. Su comportamiento se ha
vuelto despreocupado e indiferente.
Hermano A, durante los muchos años que ha sido bendecido con
la gran luz que Dios ha permitido que brillara sobre su camino, usted
debería haber ganado una gran experiencia. Escuché una voz que
decía de usted: “Es un árbol estéril. ¿Por qué esas ramas estériles
echan su sombra sobre el suelo que podría ocupar un árbol que lleva
fruto? Córtalo para que no inutilice la tierra”. Luego escuché la voz
suplicante de la Misericordia, diciendo: “Ten un poco de paciencia.
Cavaré sus raíces, lo podaré. Dale otra oportunidad; si aun así no
da fruto, córtalo”. A ese árbol improductivo se le ha concedido un
poco más de tiempo de gracia, un poco más de tiempo para que una
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vida malgastada florezca y lleve fruto. ¿Aprovechará la oportunidad?