Página 203 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Son necesarias las reprobaciones fieles
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que el cuerpo del niño va creciendo, crece también su intelecto; y lo
que en un bebé puede parecer gracioso, en un adulto puede llegar
a ser menospreciable y perverso. Quieren gobernar a los que los
rodean; y si alguno no se rinde a sus deseos, se consideran insultados
y ofendidos. La causa es que en su juventud se toleraron sus ofensas
en lugar de enseñarles la necesaria negación del yo para soportar las
duras pruebas de la vida.
A menudo, los padres, pensando que así será más fácil tratar
con ellos, tratan a sus hijos con favoritismo y condescendencia. Es
mucho más sencillo permitirles que hagan lo que les pazca en lu-
gar de dirigir las inclinaciones que con tanta fuerza surgen en sus
corazones. Este comportamiento es cobarde. Rehuir las responsabi-
lidades es perverso; porque llegará el día en que esos hijos, cuyas
inclinaciones no fueron dirigidas y habrán degenerado en vicios,
traerán la reprensión y la desgracia sobre ellos y sobre sus familias.
Salen a la vida sin estar preparados para resistir sus tentaciones, sin
la fuerza necesaria para soportar las situaciones complejas y descon-
certantes. Son apasionados, arrogantes, indisciplinados y quieren
doblegar a los demás a su voluntad; cuando esto no sucede piensan
que el mundo los desaprovecha y se vuelven contra él.
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Las lecciones que se aprenden en la infancia, buenas o malas,
no se aprenden en vano. Para bien o para mal, el carácter se desa-
rrolla en la juventud. Aunque en el hogar pueda haber alabanzas
y adulación, en el mundo cada uno es considerado por sus propios
méritos. Quienes han sido malcriados, a los cuales se ha rendido
la autoridad doméstica, están sujetos a mortificación diaria porque
se ven obligados a rendirse a otros. Muchos llegan a aprender su
verdadero lugar por medio de estas crudas lecciones de la vida. Las
broncas, los enfados y el lenguaje directo de sus superiores suelen
mostrarles su verdadero estatus social y los humillan hasta que en-
tienden y aceptan su lugar. Esta es ordalía innecesaria que podría
haberse evitado con una formación adecuada en la juventud.
La mayoría de estas personas indisciplinadas pasan por la vida
dándose de bruces contra el mundo, fracasando allí donde deberían
tener éxito. Llegan a pensar que el mundo está resentido con ellas
porque no las adula ni las trata con dulzura. Por tanto, se vengan del
mundo devolviéndole resentimiento y desobediencia. A veces las
circunstancias las obligan a fingir una humildad que no sienten, pero