Página 21 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Biografías bíblicas
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El Señor consideró propio darme una visión de las necesidades
y los errores de su pueblo. Por mucho que me doliera, presenté
fielmente a los ofensores sus defectos y la manera de remediarlos,
según los dictados del Espíritu de Dios. En muchos casos esto excitó
la lengua calumniadora, y amargó contra mí a aquellos por quienes
trabajaba y sufría. Pero no por esto me he desviado de mi conducta.
Dios me ha dado mi obra y, sostenida por su fuerza, he cumplido los
penosos deberes que me había encomendado. Así ha pronunciado el
Espíritu de Dios advertencias y juicios, sin privarnos, no obstante,
de la dulce promesa de misericordia.
Si los hijos de Dios quisieran reconocer cómo los trata él y
aceptasen sus enseñanzas, sus pies hallarían una senda recta, y una
luz los conduciría a través de la oscuridad y el desaliento. David
aprendió sabiduría de la manera en que Dios le trató, y se postró
en humildad bajo el castigo del Altísimo. La descripción fiel de su
verdadero estado que hizo el profeta Natán, le dio a conocer a David
sus propios pecados y le ayudó a desecharlos. Aceptó mansamente
el consejo y se humilló delante de Dios. “La ley de Jehová”, exclama
él, “es perfecta, que vuelve el alma”.
Salmos 19:7
.
Los pecadores que se arrepienten no tienen motivo para deses-
perar porque se les recuerden sus transgresiones y se les amoneste
acerca de su peligro. Los mismos esfuerzos hechos en su favor de-
muestran cuánto los ama Dios y desea salvarlos. Ellos sólo deben
pedir su consejo y hacer su voluntad para heredar la vida eterna.
Dios presenta a su pueblo que yerra los pecados que comete, a fin
de que pueda ver su enormidad según la luz de la verdad divina. Su
deber es entonces renunciar a ellos para siempre.
[19]
Dios es hoy tan poderoso para salvar del pecado como en los
tiempos de los patriarcas, de David y de los profetas y apóstoles.
La multitud de casos registrados en la historia sagrada, en los cua-
les Dios libró a su pueblo de sus iniquidades, debe hacer sentir al
cristiano de esta época el anhelo de recibir instrucción divina y celo
para perfeccionar un carácter que soportará la detenida inspección
del juicio.
La historia bíblica sostiene al corazón que desmaya con la es-
peranza de la misericordia divina. No necesitamos desesperarnos
cuando vemos que otros lucharon con desalientos semejantes a los
nuestros, cayeron en tentaciones como nosotros, y sin embargo re-