Página 224 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
les ha hecho ejercer influencia sobre otras mentes, las cuales los
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aceptaron a ellos como sin culpa, mientras que acusaban a quienes
eran inocentes de haber errado. Es un espíritu perverso el que se
deleita en la vanidad de las obras propias, el que se jacta de sus
excelentes cualidades, que trata de hacer aparecer a los otros como
inferiores, a fin de exaltarse a sí mismo, pretendiendo más gloria que
lo que el frío corazón está dispuesto a dar a Dios. Los discípulos de
Cristo oirán las instrucciones del Maestro. Él nos ha ordenado que
nos amemos unos a otros como él nos amó. La religión está fundada
en el amor a Dios, el cual también nos induce a amarnos unos a
otros. Está llena de gratitud, humildad, longanimidad. Es abnegada,
tolerante, misericordiosa y perdonadora. Santifica, toda la vida y
extiende su influencia sobre los demás.
Los que aman a Dios no pueden abrigar odio o envidia. Mientras
que el principio celestial del amor eterno llena el corazón, fluirá
a los demás, no simplemente porque se reciban favores de ellos,
sino porque el amor es el principio de acción y modifica el carácter,
gobierna los impulsos, domina las pasiones, subyuga la enemistad
y eleva y ennoblece los afectos. Este amor no se reduce a incluir
solamente “a mí y a los míos”, sino que es tan amplio como el
mundo y tan alto como el cielo, y está en armonía con el de los
activos ángeles. Este amor, albergado en el alma, suaviza la vida
entera, y hace sentir su influencia en todo su alrededor. Poseyéndolo,
no podemos sino ser felices, sea que la fortuna nos favorezca o nos
sea contraria. Si amamos a Dios de todo nuestro corazón, debemos
amar también a sus hijos. Este amor es el Espíritu de Dios. Es el
adorno celestial que da verdadera nobleza y dignidad al alma y
asemeja nuestra vida a la del Maestro. Cualesquiera que sean las
buenas cualidades que tengamos, por honorables y refinados que nos
consideremos, si el alma no está bautizada con la gracia celestial del
amor hacia Dios y hacia nuestros semejantes, nos falta verdadera
bondad y no estamos listos para el cielo, donde todo es amor y
unidad.
Algunos que antes amaban a Dios y vivían gozándose diariamen-
te en sus favores, están ahora en continua agitación. Vagan en las
tinieblas y una lobreguez desesperante, porque están nutriendo al yo.
Se están esforzando tanto por favorecerse a sí mismos que todas las
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demás consideraciones quedan anonadadas en este esfuerzo. Dios,