Página 225 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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La necesidad de la armonía
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en su providencia, quiso que ninguno pudiera obtener felicidad vi-
viendo sólo para sí. El gozo de nuestro Señor consistía en soportar
trabajos y oprobios por los demás, a fin de que pudiese por ello
beneficiarlos. Podemos ser felices al seguir su ejemplo, y vivir para
beneficiar a nuestros semejantes.
Nuestro Señor nos invita a tomar su yugo y llevar su carga. Al
hacerlo, podemos ser felices. Al llevar el yugo que nos impongamos
nosotros mismos y nuestras propias cargas, no hallamos descanso;
pero al llevar, el yugo de Cristo, encontramos descanso para el al-
ma. Los que quieran hacer una gran obra para el Maestro, pueden
encontrarla precisamente donde están, haciendo bien y olvidándose
de sí mismos, siendo abnegados, recordando a los demás y llevando
alegría dondequiera que vayan.
Es muy necesario que la compasiva ternura de Cristo sea mani-
festada en todas las ocasiones y todos los lugares; no me refiero a
aquella ciega compasión que transigiría con el pecado y permitiría
que el mal obrar acarrease oprobio a la causa de Dios, sino a aquel
amor que es el principio dominante de la vida, que fluye naturalmen-
te hacia los otros en buenas obras, recordando que Cristo dijo: “En
cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí
lo hicisteis”.
Mateo 25:40
.
Los que están en el Instituto de Salud están empeñados en una
gran obra. Durante la vida de Cristo, los enfermos y afligidos eran
objeto de su cuidado especial. Cuando él envió a sus discípulos les
ordenó sanar a los enfermos, como también predicar el evangelio.
Cuando mandó los setenta, les ordenó que sanasen a los enfermos,
y luego les predicasen que el reino de Dios se había acercado. La
salud física era lo primero que se había de cuidar, a fin de que ello
preparase las mentes para ser alcanzadas por aquellas verdades que
los apóstoles habían de predicar.
El Salvador del mundo dedicó más tiempo y trabajos a sanar a
los afligidos por enfermedades que a predicar. Su última orden a sus
apóstoles, representantes suyos en la tierra, era que impusieran las
manos a los enfermos para que sanasen. Cuando venga el Maestro,
elogiará a aquellos que hayan visitado a los enfermos y aliviado las
necesidades de los afligidos.
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Somos tardos en aprender la poderosa influencia de las cosas
pequeñas, y su relación con la salvación de las almas. En el Instituto