Página 237 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Oposición a las advertencias fieles
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Vi que los hermanos J y G corren gran peligro de perder la vida
eterna. No ven que entorpecen el avance de la obra de Dios en _____.
Cuando se celebró la reunión campestre la primera vez que estuvi-
mos en la costa Oeste, cientos estaban convencidos de la verdad;
pero Dios conocía de qué material estaba hecha esa iglesia. Aunque
las almas acudían a la verdad, no había nadie que las acogiera y las
alimentara, que las guiara a una vida más elevada. El hermano I tenía
un espíritu celoso, acusador y envidioso. Si no podía ser el primero,
no colaboraba en nada. Se consideraba a sí mismo mucho mejor
de lo que Dios lo consideraba. Un hombre con ese carácter, a largo
plazo, acabará por estar en desacuerdo con todos; sólo se encuentra
en su líquido elemento cuando contiende y se alinea contra todo
aquello que no se amolda a sus ideas. El Señor permitió que siguiera
su camino y manifestara qué clase de espíritu lo guiaba. Introdujo en
la iglesia el mismo espíritu que gobernaba en su familia y quiso que
también allí imperara. Su amargura y sus crueles palabras contra los
siervos de Dios han quedado registradas. No podrá desentenderse
de ellas. Salió de nosotros porque no era de los nuestros. En ningún
caso la iglesia deberá intentar su retorno; porque, con el espíritu que
ahora lo domina, contendería aun con los mismos ángeles de Dios.
Desearía gobernar y dictar la obra de los ángeles. Tal espíritu no
puede entrar en el cielo. I y J, con quienes Dios no está satisfecho, se
han atrevido a resistir a los siervos de Dios, a hablar mal de ellos, a
imputarles motivos sesgados. Han intentado destruir la confianza de
los hermanos en esos obreros y en los
Testimonios
. Pero si la obra
es de Dios, no podrán destruirla. Sus esfuerzos serán vanos. Her-
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mano G, usted se encontraba en una oscuridad tan densa que llegó
a pensar que esos hombres tenían razón. Ha repetido sus palabras
y ha hablado del “poder unipersonal”. ¡Cuán poco sabía de lo que
hablaba!
Algunos no han dudado en decir algo o proferir un cargo contra
los siervos de Dios y ser celosos y acusadores. Si pueden encon-
trar alguna ocasión en que, celosos por la causa de Dios, piensan
que los ministros han dicho palabras decididas, incluso severas, se
apresuran a exagerarlas y se sienten con libertad para adoptar el
más amargo y perverso espíritu y culpar a los siervos del Señor
con motivos equívocos. Ya quisiéramos ver qué harían tales acu-
sadores en circunstancias similares y soportando cargas parecidas.