Página 241 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Oposición a las advertencias fieles
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sólo ustedes pueden desempeñar un papel decisivo. Ambos deberían
controlar la lengua y callarse muchas cosas. El primer mal es pensar
mal; luego vienen las malas palabras. No cultivan el amor, la defe-
rencia y el respeto mutuo. Sean considerados con los sentimientos
del otro y busquen la sagrada salvaguarda de la felicidad del otro.
Sólo podrán hacerlo en nombre y con la fuerza de Jesús.
La hermana G ha hecho grandes esfuerzos para obtener victorias,
pero su esposo apenas la ha alentado. En lugar de buscar a Dios en
oración sincera para que les diera fuerza para vencer los defectos del
carácter, se han dedicado a observarse mutuamente y a debilitarse
a sí mismos encontrando faltas en los demás. El jardín del corazón
está descuidado.
Si, meses atrás, el hermano G hubiera recibido la luz que el Señor
le enviaba y, con franqueza, se hubiese convertido junto con su espo-
sa, si ambos hubiesen quebrantado sus corazones endurecidos ante
el Señor, su situación actual sería muy distinta. Ambos consideraron
livianamente las palabras de reprobación y exhortación del Espíritu
de Dios y no reformaron sus vidas. Cerrar los ojos a la luz que Dios
les había enviado no hizo que sus faltas fueran menos graves a los
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ojos de Dios ni redujo su responsabilidad. Odiaron las reprensio-
nes que, lleno de misericordia hacia ellos, les hacía el Señor. Por
naturaleza, el hermano G tiene un corazón amable y tierno, pero
está oprimido por el amor propio, la vanidad y la susceptibilidad. Su
corazón no es desdeñoso, pero le falta fuerza moral. Se acobarda tan
pronto como se enfrenta a la abnegación y el sacrificio, porque se
ama a sí mismo. Controlar el yo, vigilar sus palabras, reconocer que
ha obrado o hablado mal es para él una cruz demasiado humillante;
y, sin embargo, para ser salvo debe cargar con esa cruz.
Hermano y hermana G, midan sus palabras. Mientras no haya un
centinela que vigile sus pensamientos y sus acciones se desalentarán
mutuamente y, con toda seguridad, ninguno de los dos se podrá sal-
var. Ambos deben protegerse del espíritu precipitado que es causa de
palabras y acciones superficiales. El resentimiento, que se alimenta
en su creencia de que los han maltratado, es el espíritu de Satanás y
lleva a la perversión moral. Mientras permitan que tome el control
la precipitación, impedirán que la razón controle sus palabras y su
conducta y serán responsables de todas las malas consecuencias que
esto pueda traerles. Lo que se hace con desagrado y precipitación no