Página 25 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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La unidad de la iglesia
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su esfera de influencia se someten plenamente a las tentaciones del
mundo.
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Todo creyente debe ser sincero en su unión con la iglesia. La
prosperidad de ella debe ser su primer interés, y a menos que sienta
la obligación sagrada de lograr que su relación con la iglesia sea
un beneficio para ella en lugar de su preferencia a sí mismo, la
iglesia lo pasará mucho mejor sin él. Está al alcance de todos hacer
algo para la causa de Dios. Hay quienes gastan grandes sumas
en lujos innecesarios. Complacen sus apetitos, pero creen que es
una carga pesada contribuir con recursos para sostener la iglesia.
Están dispuestos a recibir todo el beneficio de sus privilegios, pero
prefieren dejar a otros pagar las cuentas.
Los que realmente sienten un profundo interés por el adelanto
de la causa, no vacilarán en invertir dinero en la empresa, cuando
y dondequiera que sea necesario. También deben considerar como
deber solemne ejemplificar en su carácter las enseñanzas de Cristo,
estando en paz uno con otro y actuando en perfecta armonía, como
un todo indiviso. Deben someter su criterio individual al juicio del
cuerpo de la iglesia. Muchos viven solamente para sí. Consideran
su vida con gran complacencia, lisonjeándose de que son sin culpa,
cuando de hecho no hacen nada para Dios y viven en directa opo-
sición a su Palabra expresa. La observancia de las formas externas
no habrá de satisfacer nunca la gran necesidad del alma humana. El
profesar creer en Cristo no lo capacitará a uno lo suficiente para re-
sistir la prueba del día del juicio. Debe haber una perfecta confianza
en Dios, una confiada dependencia de sus promesas y una completa
consagración a su voluntad.
Dios probó siempre a su pueblo en el horno de la aflicción a fin
de hacerlo firme y fiel, y limpiarlo de toda iniquidad. Después que
Abraham y su hijo hubieron soportado la prueba más severa que
se les podía imponer, Dios habló así a Abraham por medio de su
ángel: “Ya conozco que temes a Dios, pues no me rehusaste tu hijo,
tu único”.
Génesis 22:12
. Este gran acto de fe hace resplandecer el
carácter de Abraham con notable esplendor. Ilustra vívidamente su
perfecta confianza en el Señor, a quien no le negó nada, ni aun el
hijo que obtuviera por la promesa.
Nada tenemos que sea demasiado precioso para darlo a Jesús. Si
le devolvemos los talentos de recursos que él ha confiado a nuestra