Página 263 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Un llamamiento a los ministros
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¡Cuán cuidadosa debería ser, pues, la labor de los hombres por
sus congéneres, y cuán grande la compasión! Ser colaborador de
Jesucristo para la salvación de las almas es un gran privilegio, él
con esfuerzos pacientes y abnegados quiso alcanzar al hombre en su
condición caída y rescatarlo de las consecuencias del pecado. Por lo
tanto, sus discípulos, los cuales son maestros de su palabra, deben
esforzarse por imitar al gran Ejemplo.
Para proseguir con su grande y ardua labor, es preciso que los
ministros de Cristo posean salud física. Para alcanzar ese fin deben
tener hábitos regulares y adoptar un sistema de vida saludable. Mu-
chos se quejan continuamente y sufren varias indisposiciones. Ello
es casi siempre debido a que no trabajan sabiamente ni observan las
leyes de la salud. Con frecuencia permanecen demasiado tiempo en
casa, en habitaciones con calefacción y llenas de aire impuro. Allí
se dedican a estudiar o escribir, apenas hacen ejercicio físico y casi
nunca varían de tarea. En consecuencia, la circulación de la sangre
se hace lenta y la fuerza de la mente se debilita.
Todo el sistema necesita la influencia vigorizadora del ejercicio
al aire libre. Unas pocas horas de trabajo manual al día facilitarán la
renovación del vigor corporal y darán reposo y descanso a la mente.
De este modo, se favorecerá la salud general. La lectura y la escritura
incesantes incapacitan a muchos ministros para el trabajo pastoral.
Consumen un tiempo valioso en el estudio abstracto en lugar de
dedicarlo a ayudar a los necesitados en el momento oportuno.
Algunos ministros se han dado a la escritura durante un período
de decidido interés religioso y, frecuentemente, sus escritos han
tenido poco o nada que ver con la obra que se estaba llevando a
cabo. Es un error flagrante porque en tales ocasiones el deber del
ministro es usar toda su fuerza en impulsar la causa de Dios. Su
mente debe estar despejada y centrada en el único objetivo de la
salvación de las almas. Si sus pensamientos están ocupados en otros
asuntos, muchos que, con una instrucción oportuna, podrían salvarse,
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se perderán. Muchos ministros se distraen con facilidad de sus tareas.
Se desalientan o son atraídos a sus hogares y dejan que un interés
creciente perezca víctima de la falta de atención. El daño que se
hace a la causa de este modo es muy difícil de estimar. Cuando se
empiece un esfuerzo por promulgar la verdad, el ministro al cual
se le ha encargado debería sentirse responsable de llevarlo a buen