Página 265 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Un llamamiento a los ministros
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gusto por la lectura y la escritura. La familia que los había acogido
no obtuvo ningún provecho de la visita. Los ministros aceptaron la
hospitalidad que se les ofrecía sin una contrapartida equivalente en
la labor que tan necesaria era.
Las personas son alcanzables con facilidad a través de las ave-
nidas del círculo social. Pero muchos ministros temen la obra de
visitación; no han cultivado cualidades sociales, no han adquirido
el espíritu genial que se abre paso en los corazones de las perso-
nas. Es muy importante que un pastor se mezcle con su gente para
que se familiarice con las distintas facetas de la naturaleza humana,
entienda rápidamente el funcionamiento de la mente, adapte sus
enseñanzas al intelecto de las personas y aprenda esa gran caridad
que sólo poseen los que estudian detenidamente las necesidades y la
naturaleza de los hombres.
Los que se recluyen y se ocultan de las personas no están en
condición de ayudarlas. Un buen médico debe entender la naturaleza
de varias enfermedades y tener un conocimiento minucioso de la
estructura humana. Debe atender rápidamente a los pacientes. Sabe
que las demoras son peligrosas. Cuando deposita su mano experta
sobre el pulso del sufriente y nota la peculiar indicación de la en-
fermedad, su conocimiento previo lo capacita para determinar su
naturaleza y el tratamiento necesario para detener su progreso. Como
el médico, que trata las enfermedades físicas, el pastor debe tratar las
almas enfermas de pecado. Su tarea es mucho más importante que
la de aquél, en tanto que la vida eterna es mucho más valiosa que la
existencia temporal. El pastor debe afrontar una variedad infinita de
temperamentos; su deber es familiarizarse con los miembros de las
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familias que escuchan sus enseñanzas para determinar cuáles serán
los medios que mejor influirán para que tomen la dirección correcta.
Ante tan grande responsabilidad surge la pregunta: “¿Quién es
capaz?” El corazón del obrero casi desfallece al considerar los va-
riados y arduos deberes que se le delegan. Sin embargo, las palabras
de Cristo fortalecen el alma con la promesa consoladora: “He aquí
yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”.
Mateo
28:20
. Las dificultades y los peligros que amenazan la seguridad de
aquellos a quienes ama deberían hacerlo prudente y circunspecto
en su trato con ellos, y debería guardarlos como quien debiese dar
cuenta de ellos. Debería emplear juiciosamente su influencia para