Página 271 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Experiencias y trabajos
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el viaje, pareció que una voz me decía: “Ponte la armadura. Tengo
trabajo para ti en Battle Creek”. La voz parecía tan clara que invo-
luntariamente me di la vuelta para ver quién me hablaba. No vi a
nadie y, al sentir la presencia de Dios, el corazón se me inundó de
ternura ante él. Cuando mi esposo entró en la estancia, le referí lo
sucedido. Lloramos y oramos juntos. Habíamos dispuesto la partida
para pasados tres días, pero nuestros planes habían sido cambiados.
El 30 de mayo, los pacientes y los trabajadores del sanatorio
habían planeado pasar el día en una hermosa arboleda a orillas
del lago Goguac, a dos millas de Battle Creek y se me pidió que
asistiera y dirigiera unas palabras a los pacientes. De haber tenido en
cuenta mis sentimientos, no habría acudido; pero pensé que quizá era
parte de la labor que debía llevar a cabo en Battle Creek. A la hora
acostumbrada, se pusieron las mesas y se llenaron con alimentos
higiénicos, compartidos con entusiasmo. A las tres de la tarde se
dio inicio a los ejercicios después de haber orado y cantado. Gocé
de gran libertad para hablar a las personas. Todos escucharon con
el máximo interés. Cuando terminé mi discurso, el juez Graham de
Wisconsin, un paciente del sanatorio, se levantó y propuso que se
imprimiera la conferencia y se distribuyera entre los pacientes y
otras personas para su provecho moral y físico, para que las palabras
pronunciadas en ese día nunca fuesen olvidadas o no recibiesen la
atención merecida. La proposición fue aprobada por unanimidad de
los presentes y la predicación se publicó en un pequeño folleto que
se tituló:
The Sanitarium Patients at Goguac Lake
[Los pacientes
del sanatorio en el Lago Goguac].
La clausura del curso académico del colegio de Battle Creek
estaba cercana. Me sentía muy inquieta por los alumnos, muchos
de los cuales no se habían convertido o se habían apartado de Dios.
Deseaba hablarles y hacer un esfuerzo para su salvación antes de que
se esparcieran de regreso a sus hogares. Sin embargo me sentía de-
masiado débil para trabajar por ellos. Después de la experiencia que
he relatado, tenía todas las evidencias que podía haber pedido para
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estar segura de que Dios me sostendría en la tarea de la salvación de
los alumnos.
Se convocaron reuniones en la casa de adoración en beneficio
de los alumnos. Durante una semana trabajé por ellos, dirigiendo
reuniones cada tarde y el sábado y el primer día de la semana. Al