Página 276 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
pensar que la causa de Dios avanzaría aunque nosotros quedásemos
a un lado y no tuviéramos parte activa en ella. Dios levantaría a otros
que hicieran su obra.
No obstante, yo no tenía paz ni libertad al pensar en quedar
alejada del campo de trabajo. Me parecía que Satanás se afanaba por
poner obstáculos en mi camino e impedirme que diera mi testimonio
e hiciera la tarea que Dios me había encomendado. Casi ya había
decidido ir sola y hacer mi parte, confiando en que Dios me daría la
fuerza necesaria, cuando recibimos una carta del hermano Haskell en
la cual expresaba su agradecimiento a Dios porque el hermano y la
hermana White asistieran a la reunión de campo de Nueva Inglaterra.
El hermano Canright había escrito que no podría estar presente
porque le era imposible abandonar los intereses de Danvers y que
ninguno de sus acompañantes podría dejar la tienda. El hermano
Haskell afirmaba en su carta que ya se habían hecho todos los
preparativos para que tuviera lugar una gran reunión en Groveland
y, con la ayuda de Dios, había decidido llevarla a cabo aun cuando
tuviera que dirigirla él solo.
Una vez más, en oración, pusimos el asunto en manos del Señor.
Sabíamos que el poderoso Sanador podría restaurar la salud de
ambos, si tal era su gloria. El viaje parecía difícil; me sentía fatigada,
enferma y abatida. Aun así, a veces sentía que, si confiábamos en él,
Dios haría que el viaje fuese una bendición para mí y mi esposo. En
mi mente surgía frecuentemente este pensamiento: “¿Dónde está tu
fe? Dios prometió: ‘Como tus días serán tus fuerzas’
Deuteronomio
33:25
”.
Intenté animar a mi esposo, quien pensaba que si me sentía capaz
de soportar la fatiga y trabajar en la reunión de campo, sería mejor
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para mí que fuera. Pero él no podría soportar la idea de acompañarme
en su estado de debilidad, incapaz de trabajar, con la mente nublada
por el desánimo y siendo objeto de la compasión de sus hermanos.
Se había levantado poco desde el súbito ataque y parecía que no
recuperaba las fuerzas. Una y otra vez buscamos al Señor con la
esperanza de que se abriera una rendija en las nubes, pero no vinos
ninguna luz. Mientras el carruaje nos esperaba para llevarnos a la
estación del ferrocarril, una vez más, nos postramos en oración ante
el Señor y le suplicamos que nos sostuviera durante el viaje. Mi
esposo y yo decidimos andar por fe y confiar en las promesas de