Experiencias y trabajos
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reció la presión de la reunión de campo me di cuenta de que estaba
enferma y apenas tenía fuerzas a pesar de que los coches nos lleva-
ban rápidamente a mi cita en Danvers. Allí me recibirían personas
completamente desconocidas cuyas mentes estaban sesgadas por
falsos informes y perversas difamaciones. Pensé que si era capaz de
recuperar la fuerza de mis pulmones y la claridad de la voz, si podía
liberarme del dolor que me oprimía el pecho, estaría muy agradecida
a Dios. Me guardé esos pensamientos y, llena de angustia, invoqué a
Dios. Estaba demasiado fatigada para poner mis pensamientos en
palabras que tuvieran sentido; pero sentía que necesitaba ayuda y
la pedí de todo corazón. Pedí la fuerza física y mental que debía
tener si esa noche tenía que hablar. Una y otra vez repetí mi oración
silenciosa: “Pongo mi desvalida alma en ti, oh Dios, que eres mi
Libertador. No me abandones en esta hora de necesidad”.
A medida que transcurría el tiempo antes de la reunión, mi
espíritu luchaba en una agonía de oración, pidiendo la fuerza y la
energía de Dios. Mientras se cantaba el último himno, subí al estrado.
Me mantuve en pie con gran esfuerzo, sabiendo que si con mi labor
conseguía algún éxito, éste se debería a la fuerza del Todopoderoso.
El Espíritu del Señor descendió sobre mí cuando comencé a hablar.
Sentí como una descarga eléctrica en el corazón y todo el dolor
desapareció al instante. Mis nervios también habían sufrido mucho
para centrar la mente; ese sufrimiento también desapareció. Sentí
cómo se aliviaban mi garganta irritada y mis pulmones cargados.
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Había perdido casi por completo el gobierno del brazo izquierdo
a causa del dolor de pecho, pero en ese momento las sensaciones
naturales se habían restaurado. Tenía la mente clara; mi alma estaba
llena de luz y amor de Dios. Parecía que tenía a los ángeles del cielo
formando un muro de fuego a mi alrededor.
La tienda estaba llena; alrededor de doscientas personas perma-
necían fuera de la lona porque no pudieron encontrar lugar en el
interior. Hablé de las palabras de Cristo en respuesta al escriba, al
respecto de cuál era el mayor mandamiento de la ley: “Amarás al
Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu
mente”.
Mateo 22:37
. La bendición de Dios descendió sobre mí y el
dolor y la debilidad desaparecieron. Ante mí estaban unas personas
con las que nunca más me volvería a encontrar hasta el día del juicio;
el deseo de su salvación me impulsó a hablar con sinceridad y temor