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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
de Dios, de modo que su sangre no recayera sobre mí. Mis esfuerzos
alcanzaron gran libertad y se prolongaron durante una hora y diez
minutos. Jesús me ayudó, para su nombre sea la gloria. El público
estaba muy atento.
El martes regresamos a Groveland para clausurar la acampada
porque ya se estaban desmontando las tiendas y los hermanos se
despedían, prontos a subir a los coches para regresar a sus hogares.
Fue una de las mejores reuniones de campo a las que jamás había
asistido. Antes de abandonar el campamento, los hermanos Canright
y Haskell, mi esposo, la hermana Ings y yo buscamos un lugar
apartado y nos unimos en oración para pedir abundante bendición
de salud y la gracia de Dios para mi esposo. Todos sentíamos la
profunda necesidad de ayuda de mi esposo ya que de todas partes nos
llegaban urgentes llamadas para predicar. Esa sesión de oración fue
preciosa y la dulce paz y el gozo que invadieron nuestros corazones
fue la confirmación de que Dios había escuchado nuestras peticiones.
Por la tarde, el hermano Haskell nos llevó en su carruaje hasta su
casa en South Lancaster para que reposáramos durante un tiempo.
Preferimos esa forma de viajar porque creímos que sería beneficioso
para nuestra salud.
Día tras día habíamos tenido conflictos con las potencias de las
tinieblas pero no rendimos nuestra fe ni nos desalentamos en lo más
mínimo. A causa de su enfermedad, mi esposo desmayaba y las
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tentaciones de Satanás parecían alterar grandemente su mente. Sin
embargo, no tuvimos ningún pensamiento de haber sido vencidos
por el enemigo. No menos de tres veces al día presentábamos su
caso al gran Médico que puede curar cuerpo y alma. Cada sesión de
oración era preciosa; en todas las ocasiones teníamos manifestacio-
nes especiales de la luz y el amor de Dios. Una tarde, en casa del
hermano Haskell, mientras suplicábamos en favor de mi esposo, pa-
reció que el Señor mismo estaba entre nosotros. Fue una sesión que
nunca olvidaré. La estancia parecía iluminada con la presencia de
los ángeles. Alabamos al Señor con todo nuestro corazón y nuestra
voz. Una hermana que era ciega dijo: “¿Es una visión? ¿Es esto el
cielo?” Nuestros corazones estaban en comunión tan estrecha con
Dios que creímos que las horas nocturnas eran demasiado sagradas
para dormir. Nos retiramos para descansar, pero pasamos casi toda