Avanzad
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angustia fue ésa para el pueblo de Israel! ¡Qué contraste frente a
aquella gloriosa mañana cuando dejaron la esclavitud de Egipto y
con alegres alborozos emprendieron la marcha hacia el desierto!
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¡Cuán impotentes se sentían frente a aquel enemigo poderoso! Los
lamentos de las mujeres y de los niños aterrorizados, mezclados con
los mugidos del ganado asustado y el balido de las ovejas, se añadían
a la tétrica confusión de la situación.
Pero, ¿había perdido Dios todo interés por su pueblo para aban-
donarlo a la destrucción? ¿No les advertiría de su peligro y los
libraría de sus enemigos? Dios no se deleitaba en la frustración de
su pueblo. Fue él mismo quien había dirigido a Moisés para que
acamparan a orillas del Mar Rojo, y que además le había dicho:
“Faraón dirá de los hijos de Israel: ‘Encerrados están en la tierra,
el desierto los ha encerrado. Y yo endureceré el corazón de Faraón
para que los siga; y seré glorificado en Faraón y en todo su ejército,
y sabrán los egipcios que yo soy Jehová’”.
Éxodo 14:3, 4
.
Jesús estaba a la cabeza de aquella inmensa hueste. La columna
de nube de día, y la columna de fuego por la noche, representaba a
su Caudillo divino. Pero los hebreos no soportaron con paciencia la
prueba del Señor. Alzaron su voz en reproches y acusaciones contra
Moisés, su dirigente visible, por haberlos llevado a ese gran peligro.
No confiaron en el poder protector de Dios ni reconocieron su mano
que detenía los males que los rodeaban. En su terror desesperado se
habían olvidado de la vara con la que Moisés había transformado
las aguas del Nilo en sangre, y las plagas que Dios había hecho
caer sobre los egipcios por la persecución de su pueblo escogido. Se
habían olvidado de todas las intervenciones milagrosas de Dios en
su favor.
“Ah”, clamaron, “¡cuánto mejor para nosotros habría sido per-
manecer en la esclavitud! Es mejor vivir como esclavos que morir de
hambre y fatiga en el desierto, o ser muertos en la guerra con nuestros
enemigos”. Se volvieron contra Moisés censurándolo amargamen-
te porque no los había dejado donde estaban en vez de llevarlos a
perecer en el desierto.
Moisés se turbó grandemente porque su pueblo estaba tan ca-
rente de fe a pesar de que repetidamente habían presenciado las
manifestaciones del poder de Dios en su favor. Se sintió apenado de
que le echaran la culpa de los peligros y dificultades de su situación,