Página 290 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
Esperaba ver un grupo de hombres de aspecto repulsivo pero
quedé desconcertada. Muchos parecían inteligentes, y algunos pare-
cían hábiles. Vestían el uniforme de la prisión, áspero aunque pulcro.
Su cabello estaba peinado y sus botas cepilladas. A medida que con-
templaba las variadas fisonomías que tenía ante mí, pensé: “Cada
uno de estos hombres ha recibido dones específicos, o talentos, para
que los usara para gloria de Dios y en provecho del mundo; pero
ellos han menospreciado esos dones del cielo y han hecho un mal
uso de ellos”. Mientras miraba a los jóvenes de unos dieciocho o
veinte a treinta años de edad, pensé en sus desdichadas madres y
en el sufrimiento y el remordimiento que amargaban sus vidas. La
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mala conducta de sus hijos había partido el corazón de muchas de
ellas. ¿Habían cumplido con su deber ante sus hijos? ¿Acaso no se
habrían abandonado a sus deseos y habían descuidado enseñarles
los estatutos de Dios y sus exigencias?
Cuando se reunió toda la compañía, el hermano Carter leyó un
himno. Todos tenían himnarios y se unieron al canto de corazón.
Uno que era músico competente, tocaba el órgano. Entonces abrí la
reunión con una oración y, una vez más, se nos unieron en el canto.
Hablé de las palabras de Juan: “Mirad cuál amor nos ha dado el
Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo
no nos conoce, porque no lo conoció a él. Amados, ahora somos
hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser;
pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él,
porque le veremos tal como él es”.
1 Juan 3:1-2
.
Exalté el infinito sacrificio que hizo el Padre al dar a su amado
Hijo por los hombres caídos, para que así ellos pudieran ser transfor-
mados por medio de la obediencia y convertirse en hijos de Dios. La
iglesia y el mundo son llamados a admirar un amor que expresado de
esa manera sobrepasa la comprensión, y ante el cual aun los ángeles
del cielo quedan estupefactos. Ese amor es tan profundo, tan amplio
y tan alto que el apóstol inspirado, sin palabras para poder describir-
lo, pide a la iglesia y al mundo que lo contemplen, que hagan de él
tema de contemplación y admiración.
Presenté ante mis oyentes el pecado de Adán al transgredir los
mandamientos explícitos del Padre. Dios creó al hombre honorable,
perfectamente santo y feliz; pero él perdió el favor divino y destruyó
su felicidad desobedeciendo la ley del Padre. El pecado de Adán