Página 291 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Experiencias y trabajos
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sumergió a toda la raza en la miseria y la desesperación. Pero Dios,
movido por un amor maravilloso y compasivo, no permitió que los
hombres perecieran en un estado caído y sin esperanza. Dio a su muy
amado Hijo para su salvación. Cristo entró en el mundo cubriendo
su divinidad de humanidad y superó la prueba que Adán no supo
vencer; se sobrepuso a todas las tentaciones de Satanás y así redimió
la desdichada caída de Adán.
Luego me referí al largo ayuno de Cristo en el desierto. Nunca
nos apercibiremos de la influencia que el pecado de la indulgencia en
el apetito ejerce sobre la naturaleza humana, a menos que estudiemos
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y entendamos ese largo ayuno de Cristo mientras contendía mano a
mano con el príncipe de los poderes de las tinieblas. La salvación
del hombre estaba en juego. ¿Quién saldría vencedor, Satanás o el
Redentor? Es imposible que concibamos el intenso interés con que
los ángeles de Dios observaron la prueba de su amado Comandante.
Jesús fue tentado en todos los aspectos como nosotros somos
tentados. De ese modo sabría cómo socorrer a los que iban a ser
tentados. Su vida es nuestro ejemplo. Con su obediencia siempre
dispuesta nos muestra que el hombre puede guardar la ley de Dios y
que la transgresión de la ley, no su obediencia, lo lleva a la esclavitud.
El Salvador estaba lleno de compasión y amor; nunca desdeñó al
penitente sincero por grave que fuera su pecado aunque siempre
denunció cualquier tipo de hipocresía. Conoce los pecados de los
hombres, sabe todas sus acciones y lee sus motivos más secretos;
aun así, no se aparta de ellos, a pesar de sus iniquidades. Suplica y
razona con el pecador y, en cierto sentido, porque él mismo sufrió
las debilidades de la humanidad, se pone a su mismo nivel. “‘Venid
luego,’ dice Jehová, ‘y estemos a cuenta: Si vuestros pecados fueren
como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos
como el carmesí. Vendrán a ser como blanca lana’”.
Isaías 1:18
.
El hombre, que en su alma, con una vida corrupta, ha desfigurado
la imagen de Dios, con el esfuerzo humano no puede operar un cam-
bio radical en sí mismo. Debe aceptar las provisiones del evangelio;
se debe reconciliar con Dios con la obediencia a su ley y la fe en
Jesucristo. A partir de ese momento, su vida bebe estar sometida al
gobierno de un nuevo principio. Mediante el arrepentimiento, la fe
y las buenas obras puede perfeccionar un carácter justo y, por los
méritos de Cristo, reclamar para sí los privilegios de los hijos de