Página 294 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
nuestro purasangre de acero, el paisaje yermo nos fatigó. Me acordé
de los antiguos hebreos que anduvieron por roquedales y áridos
desiertos durante cuarenta años. El calor, el polvo y la irregularidad
del terreno arrancaron quejas y suspiros de fatiga a muchos que
pisaron esa fatigosa senda. Pensé que si se nos obligara a viajar a
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pie por el desierto yermo, pasando sed, calor y fatiga, muchos de
nosotros murmuraríamos más que los mismos israelitas.
Las peculiares características del paisaje montañoso de la ru-
ta transcontinental ya han sido más que suficientemente descritas.
Quien quiera deleitarse con la grandiosidad y la belleza de la natu-
raleza sentirá una súbita alegría cuando contemple las grandiosas
y viejas montañas, las hermosas colinas y los salvajes y rocosos
cañones. Esto es especialmente cierto para el cristiano. En las rocas
de granito y el murmullo de los torrentes ve la obra de la poderosa
mano de Dios. Desea subir a las altas colinas, porque le parece que
allí estará más cerca del cielo aunque sabe que Dios oye las oracio-
nes de sus hijos tanto en el valle más profundo como en la cima de
la más alta montaña.
Colorado
De camino entre Denver y Walling’s Mills, el retiro de montaña
donde mi esposo pasaba los meses de verano, nos detuvimos en
Boulder City y contemplamos con gozo nuestra casa de reuniones de
lona. Allí el hermano Cornell dirigía una serie de reuniones. Encon-
tramos un tranquilo retiro en la cómoda casa de la hermana Dartt.
Habían plantado la tienda para celebrar reuniones de temperancia.
Me invitaron a hablar y accedí. Cuando lo hice, la tienda estaba llena
de oyentes atentos. Aunque el viaje me había fatigado, el Señor me
ayudó a presentar con éxito la necesidad de practicar una estricta
temperancia en todas las cosas.
El lunes 8 de agosto me encontré con mi esposo y vi que su
salud había mejorado mucho y que estaba alegre y activo. Me sentí
muy agradecida hacia Dios. Por aquellos días, el hermano Canright,
que había pasado un tiempo en las montañas con mi esposo, fue
llamado a casa por su afligida esposa y el domingo mi esposo y yo
lo acompañamos a Boulder City para que tomara el ferrocarril. Por
la tarde hablé en la tienda y a la mañana siguiente regresamos a