Página 300 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
vidas. Sólo entonces, y no antes, su trabajo tendrá éxito. Se hicieron
los esfuerzos más fervientes para acercarse a Dios con confesión,
humillación y oración. Muchos dijeron que habían visto y sentido
la importancia de su labor como ministros de Cristo como nunca
antes. Algunos sintieron profundamente la magnitud de la tarea
y su responsabilidad ante Dios, pero deseábamos ver una mayor
manifestación mayor del Espíritu de Dios. Yo sabía que, como en el
día del Pentecostés, cuando el camino estuviera libre el Espíritu de
Dios acudiría. Pero había tantos tan alejados de Dios que no sabían
como poner su fe en acción.
Los llamamientos a los ministros que aparecen en otros lugares
de este número, expresan más claramente lo que Dios me ha mostra-
do al respecto de su pobre condición y sus elevados privilegios.
Reuniones campestres en Kansas
Partimos hacia la reunión de campo de Kansas el 23 de octubre.
Me acompañaba mi hija Emma. En Topeka, Kansas, dejamos el
ferrocarril y recurrimos a medios de transporte privados para recorrer
las doce millas que separan esa estación de Richland, el lugar donde
se celebraría la reunión. Encontramos las tiendas plantadas en una
arboleda. Al estar ya muy avanzada la temporada de reuniones de
campo, se había tenido en cuenta el frío en los preparativos. En el
campamento, junto a la gran tienda, se levantaban otras diecisiete,
cada una de ellas dotada de una estufa, en las que se acomodaban
varias familias.
La mañana del sábado empezó a nevar pero no se suspendió
ni una reunión. Cayeron entre dos y tres centímetros de nieve y el
aire era punzante y frío. Las mujeres con niños de corta edad se
agolpaban alrededor de las estufas. Era impresionante ver que ciento
cincuenta personas se congregaran en esas circunstancias. Algunos
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recorrieron más de trescientos kilómetros en carruaje privado. To-
dos parecían hambrientos del pan de vida y sedientos del agua de
salvación.
La tarde y la noche del viernes habló el hermano Haskell. La
mañana del sábado me sentí llamada a pronunciar palabras de aliento
a los que habían hecho tan gran esfuerzo para asistir a la reunión.
La tarde del domingo la asistencia externa era muy elevada, consi-