Página 308 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
riquezas verdaderas. Los hijos de Dios no deben dejar de recordar
que en todas sus transacciones comerciales son probados y pesados
en la balanza del santuario.
Cristo dijo: “No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol
malo dar frutos buenos”. “Así que, por sus frutos los conoceréis”.
Mateo 7:18, 20
. Los hechos de la vida de un hombre son sus frutos.
Si es infiel y le falta honradez en las cosas temporales, produce
espinas y cardos; será infiel en la vida religiosa y robará a Dios en
los diezmos y las ofrendas.
La Biblia condena en los términos más enérgicos toda mentira,
trato falso e improbidad. Lo bueno y lo malo se manifiestan clara-
mente. Pero se me mostró que el pueblo de Dios se ha puesto en
terreno del enemigo, ha cedido a sus tentaciones y ha seguido sus
designios hasta que sus sentidos han quedado terriblemente embo-
tados. Una ligera desviación de la verdad, una pequeña variación
de los requisitos de Dios no se considera tan pecaminosa cuando
entraña ganancia o pérdida pecuniaria. Pero el pecado es pecado, ya
lo cometa el millonario o el mendigo de la calle. Los que obtienen
propiedades por medio de la falsedad están trayendo condenación
sobre su alma. Todo lo que se obtiene por medio del engaño y el
fraude, será tan sólo una maldición para quien lo reciba.
Adán y Eva sufrieron las terribles consecuencias resultantes
de desobedecer la orden expresa de Dios. Podrían haber razonado:
“Éste es un pecado muy pequeño, y nunca será tenido en cuenta”.
Pero Dios trató el asunto como un mal temible, y la desgracia de su
transgresión se sentirá a través de todos los tiempos. En la época
en que vivimos los que profesan ser hijos de Dios cometen con
frecuencia pecados aun mayores. En las transacciones comerciales,
los que profesan ser hijos de Dios dicen y obran falsedades, y atraen
sobre sí el desagrado de Dios y el oprobio sobre su causa. La menor
desviación de la veracidad y la rectitud es una transgresión de la
ley de Dios. Aunque participar continuamente del pecado acostum-
bra a la persona a hacer el mal no disminuye el carácter gravoso
del pecado. Dios estableció principios inmutables que él no puede
cambiar sin revisar toda su naturaleza. Si la Palabra de Dios fuese
estudiada fielmente por todos los que profesan creer la verdad, éstos
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no serían enanos en las cosas espirituales. Los que desprecian los