Página 312 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria, a quien anunciamos,
amonestando a todo hombre, y enseñando a todo hombre en toda
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sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre;
para lo cual también trabajo, luchando según la potencia de él, la
cual actúa poderosamente en mí”.
Colosenses 1:25-29
. Nótese la
explicación que da del misterio.
Aquí los ministros de Cristo tienen claramente definida su tarea,
su calificación y el poder de la gracia de Dios obrando en ellos. No
hace mucho Dios se complació en revelarme la gran deficiencia de
muchos que profesan ser representantes de Cristo. En pocas palabras,
si su fe y su conocimiento de la piedad vital son deficientes, no
sólo se engañan a sí mismos, sino que no llevan a cabo la tarea de
presentar la perfección en Cristo a todos los hombres. Muchos de los
que traen a la verdad carecen de verdadera piedad. Quizás tengan una
teoría de la verdad pero no están profundamente convertidos. Sus
corazones son carnales; no permanecen en Cristo ni Cristo en ellos.
Es deber del ministro presentar la teoría de la verdad; pero no debe
detenerse aquí. Debe adoptar el lenguaje de Pablo: “También trabajo,
luchando según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en
mí”.
Colosenses 1:29
.
El vínculo vital con el Mayoral hará del rabadán un vivo re-
presentante de Cristo, una luz para el mundo. La comprensión de
todos los puntos de nuestra fe es esencial, pero es de máxima im-
portancia que el ministro se santifique con la verdad que presenta
con el propósito de iluminar la conciencia de sus oyentes. En una
serie de reuniones ningún discurso debe consistir sólo de teoría. Las
oraciones tampoco deben ser largas y tediosas; Dios no las escucha.
He oído oraciones tediosas y sermoneadoras que no venían a cuen-
to y estaban fuera de lugar. Una oración con la mitad de palabras,
ofrecida con fervor y fe habría tocado el corazón de los oyentes;
sin embargo, he visto cómo se impacientaban y deseaban que cada
palabra fuese la última de la oración. Si el ministro hubiese peleado
con Dios en su cámara hasta sentir que su fe se puede aferrar a la
promesa eterna: “Pedid y se os dará” (
Mateo 7:7
), habría llegado de
inmediato al centro de la cuestión pidiendo con sinceridad y fe lo
que necesitara.
Necesitamos ministros convertidos; de otro modo, las iglesias
que surjan de sus esfuerzos, al carecer de sus propias raíces, no serán