Página 313 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Para los ministros
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capaces de avanzar solas. El fiel ministro de Cristo tomará la carga
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sobre su alma. No ansiará popularidad. El ministro cristiano nunca
debería subir al púlpito sin antes haber buscado a Dios en privado
y haber llegado a una estrecha conexión con él. Antes de hablar
al pueblo deberá elevar humildemente su sedienta alma a Dios y
refrescarse con el rocío de la gracia. Con la unción del Espíritu
Santo, la cual lo llevará a interesarse por las almas, no despedirá
la congregación sin antes presentar ante ella a Jesucristo, el único
refugio del pecador, haciendo un fervoroso llamamiento que llegue
al corazón de los oyentes. Debe estar convencido de que no volverá
a ver a esos oyentes hasta el gran día de Dios.
El Maestro que lo ha escogido, que conoce el corazón de todos
los hombres, le dará elocuencia para que pueda decir las palabras
adecuadas en el momento y con la fuerza justos. Todos aquellos que
se convenzan realmente del pecado y cedan al Camino, la Verdad
y la Vida, descubrirán que no necesitan las loas y las alabanzas.
Cristo y su amor serán exaltados por encima de cualquier instru-
mento humano. El hombre desaparecerá de la vista porque Cristo es
magnificado y es el tema central del pensamiento. Muchos deciden
abrazar el ministerio sin antes haberse convertido verdaderamente a
Cristo. Nos maravillamos ante el estupor que embota los sentidos
espirituales. Falta poder vital. Se ofrecen oraciones muertas y se
presentan testimonios que no edifican ni fortalecen a los oyentes. A
cada uno de los ministros de Cristo le atañe esclarecer las causas de
todo esto.
Pablo escribe a sus hermanos colosenses: “Como lo habéis apren-
dido de Epafras, nuestro consiervo amado, que es un fiel ministro de
Cristo para vosotros, quien también nos ha declarado vuestro amor
en el Espíritu. [No un amor profano por la inteligencia, las habilidad
o la oratoria del predicador, sino un amor nacido del Espíritu de
Dios, a quien su Siervo representó mediante sus palabras y carácter.]
Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos
de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento
de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual, para que
andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto
en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios; for-
talecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para
toda paciencia y longanimidad; con gozo dando gracias al Padre que
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