Página 315 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Para los ministros
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construya con madera, paja o rastrojos, los cuales se consumirán
con el fuego del último día. La oración y el estudio deben ir de la
mano. Que un ministro sea aplaudido y alabado no es prueba alguna
de que sus palabras estén influidas por el Espíritu Santo.
Demasiado a menudo se da el caso de que los jóvenes conversos,
a menos que se los proteja, ponen más afectos en el ministro que en
el Redentor. Consideran que la labor del ministro los ha beneficiado
en gran manera. Se imaginan que posee dones y gracias sumamente
excelsos y que nadie excepto él puede hacer las cosas tan bien como
él las hace; por lo que otorgan una importancia indebida al hombre
y su tarea. Esta confianza los predispone a idolatrar al hombre y a
mirar más hacia él que hacia Dios. Al obrar así, no complacen a Dios
ni crecen en gracia. Son causa de gran perjuicio para el ministro, en
especial si es joven y está en proceso de desarrollo para convertirse
en un prometedor obrero del evangelio.
Si realmente son maestros de Dios, estos maestros recibirán
las palabras de Dios. Aun cuando sus maneras y su discurso sean
defectuosos y sean susceptibles de grandes mejoras, si Dios pro-
nuncia palabras de inspiración a través de ellos, su poder no será
humano, sino de Dios. La gloria y el amor del corazón deben ser
para Dios; para el ministro quedan la estima, el afecto y el respeto
por su tarea porque es el siervo de Dios que lleva el mensaje de
misericordia a los pecadores. A menudo, el hombre eclipsa al Hijo
de Dios interponiéndose entre él y su pueblo. El hombre es objeto
de alabanzas, lisonjas y exaltación, y pocas veces el pueblo puede
vislumbrar a Jesús, el cual, mediante los preciosos rayos de luz que
irradia, debería eclipsar todo lo que lo rodea.
El ministro de Cristo que está imbuido del Espíritu y el amor
por su Maestro trabajará para que el carácter de Dios y de su Hijo
amado se manifieste en toda su plenitud y de la manera más clara. Se
esforzará para que sus oyentes tengan una idea precisa del carácter de
Dios, de modo que se reconozca su gloria en la tierra. Un hombre no
se ha convertido si en su corazón no ha nacido el deseo de compartir
con los demás el precioso amigo que ha descubierto en Jesús; la
verdad que salva y santifica no puede permanecer callada en su
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corazón. El Espíritu de Cristo que ilumina el alma se representa con
la luz que disipa todas las tinieblas; es comparado a la sal, porque