Página 330 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
de reprensión. La familia E fue, y todavía es, víctima de sus engaños.
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Otros están más o menos desconcertados porque usted habla bien
cuando presenta la verdad. En la iglesia de _____ no hay armonía y
unidad. No ha recibido la luz que le fue dada ni actúa según ella. De
haber prestado la debida atención a las palabras de Salomón, hoy no
se encontraría pisando un terreno tan resbaladizo. Dice: “Fíate de
Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia”.
Proverbios 3:5
. La entera sumisión a la voluntad y los deseos de
Dios y la profunda desconfianza de su propia sabiduría, lo habrían
conducido por una senda más segura.
La confianza que tenía en sí mismo era muy grande. Si a un
hermano se le sugería que dirigiera las reuniones o que aceptara
una posición de confianza en detrimento de usted, a usted le faltaba
tiempo para determinarse a contribuir en su fracaso y, junto a su
perversa voluntad, disponía su espíritu de oposición.
Su conducta hacia el hermano D fue extremadamente insultante
y ofensiva. Su corazón estaba conmovido por la más sincera simpatía
por usted. Fue su amigo, pero el hecho de que se apartara de usted
bastó para que en su corazón se abriera paso un espíritu de celos tan
cruel como el mismísimo sepulcro. Por si fuera poco, ese espíritu
actuó contra un hombre ciego, alguien que debería haber gozado de
los cuidados más amables y la más profunda compasión de todos. Su
perverso y engañoso espíritu empujó a otros para que simpatizaran
más con usted que con él. Cuando él vio que los hermanos no
sacarían nada en claro del caso y se convenció plenamente de que
el mal triunfaba sobre la justicia, su espíritu quedó tan herido que
se desesperó. Fue entonces cuando abandonó a Dios. Sufrió un
ataque parcial de parálisis. Su situación estaba al borde de la ruina,
mental y física. En las reuniones de la iglesia se habló de asuntos de
escasa o nula trascendencia, los rumores se perpetuaron y se exageró
la dimensión de las cosas. Como consecuencia, las mentes de los
presentes recibieron una mala, muy mala impresión.
Desear así la destrucción de alguien que está en plena posesión
de sus facultades es un gran pecado, pero ese mismo comportamiento
referido a alguien que es ciego, que debería ser tratado de modo que
sienta que su pérdida de visión es una nimiedad; es un pecado de
magnitud mucho más grave. Si sus sentimientos fuesen los correctos,
hermano, o si fuese un cristiano como profesa ser, no podría haberlo
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