Página 338 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
victoria sobre su perversa voluntad y los defectos de su carácter? Si
siguen por ese camino, se acabará su tiempo de gracia antes de que
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hayan hecho esfuerzos decididos y esenciales para obtener la victoria
sobre el yo. La providencia de Dios los pondrá en situaciones en las
que, de existir, se mostrarán sus peculiares rasgos de carácter. No ven
ni se imaginan las consecuencias de sus irreflexivas, impacientes,
quejosas y llorosas palabras.
Usted y su esposa tienen otra oportunidad de oro para sufrir
por Cristo. Si su respuesta es la queja, no obtendrán recompensa.
Si, al contrario, muestran la misma actitud que Pedro mostró tras
su apostasía y su espíritu está dispuesto, serán vencedores. Toda
su vida Pedro sintió la cobardía de su negación de Cristo. Cuando
fue llamado para sufrir el martirio, todavía tenía presente ese hecho
humillante y pidió que no lo crucificaran exactamente del mismo
modo en que sufrió su Señor porque estaba convencido de que ese
era un honor demasiado grande para alguien que había apostatado
como él. Su petición fue que lo crucificaran cabeza abajo. ¡Qué gran
sentido de su pecado tenía Pedro por haber negado a su Señor! ¡Qué
maravillosa conversión fue la suya! Toda su vida posterior fue una
vida de arrepentimiento y humillación.
Es probable que tiemblen cuando vean a Dios a través de su ley.
Cuando Moisés vio la majestad de Dios, exclamó: “Estoy espantado
y temblando”.
Hebreos 12:21
. La ley sentenciaba a muerte al trans-
gresor. Más tarde, se presentó el sacrificio expiatorio ante Moisés.
La sangre purificadora de Cristo se revelaba como la purificación
del pecador y sus temores se desvanecieron como la niebla matutina
se disipa con los rayos del sol naciente. Así vio que el pecador,
mediante el arrepentimiento ante Dios y la fe en el Señor Jesucristo,
recibe el perdón; y el Sol de Justicia extiende sus resplandecientes
y salvadores rayos sobre él, disipando las dudas y los temores que
enturbian el alma. Moisés bajó del monte en el que había mantenido
una conversación con Dios con el rostro resplandeciente con un ful-
gor celestial que se reflejaba sobre el pueblo. Se les apareció como
un ángel que viniera directamente de la gloria. Esa claridad divina
era dolorosa para los pecadores; huyeron de Moisés y suplicaron
que esa gloria fuera velada para que no murieran al acercarse a él.
Moisés había estudiado. Fue educado en todas las ciencias de los
egipcios, pero esto no bastó para cualificarlo para la obra que debía
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