Página 341 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Advertencia a un ministro
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de su integridad valiéndose de reproches mundanos. Anduvo en la
tierra como un hombre de Dios libre. En su alma guardaba el amor
de Cristo, el cual, además de convertirlo en un hombre digno, añadió
el brillo de las verdaderas gracias cristianas a la dignidad del hombre.
Moisés anduvo por un peligroso y escarpado sendero. Sin embargo,
miró las cosas invisibles y no flaqueó. Para él la recompensa era
atractiva. También puede serlo para nosotros. Él estaba familiarizado
con Dios.
Ante ustedes tienen la tarea de mejorar el resto de su vida refor-
mando y elevando el carácter. Con la renovación del alma empieza
una nueva vida. Cristo es el Salvador eterno. Aquello que pueda ser
visto como difícil de abandonar se rendirá. Las palabras altivas y
dictatoriales no serán dichas y así se obtendrá una preciosa victoria.
La verdadera felicidad será el resultado de todas las negaciones y to-
das las crucifixiones del yo. Una vez que se ha obtenido una victoria,
la siguiente es más fácil de conseguir. Si Moisés hubiera desapro-
vechado las oportunidades y los privilegios que Dios le prometía,
habría desaprovechado la luz celestial y se habría convertido en un
hombre vencido y miserable. El pecado viene de abajo y cuando es
acariciado Satanás se apodera del alma para atizar en ella hasta el
mismo fuego del infierno. Dios no dio su ley para impedir la salva-
ción de las almas, sino que quiere que todas se salven. El hombre
tiene la luz y las oportunidades; si las aprovecha, vencerá. Median-
te su vida pueden mostrar el poder vencedor de la gracia de Dios.
Satanás quiere establecer su trono en el templo del alma. Cuando
reina, se hace oír y sentir por medio de pasiones desenfrenadas y
palabras amargas que hieren y apesadumbran. Así pues, ya que la
luz no tiene comunión con las tinieblas y Cristo no se une a Belial, el
hombre debe estar completamente por uno o por otro. Al rendirse a
la propia complacencia, la avaricia, el engaño, el fraude o el pecado
de cualquier clase, alienta en su alma los principios de Satanás y
cierra la puerta al cielo. Por causa del pecado Satanás fue arrojado
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del cielo y nadie que consienta y acaricie el pecado podrá entrar al
cielo porque entonces Satanás tendría otra vez un pie dentro.
Cuando un hombre se esfuerza día a día, con sinceridad, por
vencer los defectos de su carácter, recibe a Cristo en el templo de
su alma y la luz de Cristo está en él. Los brillantes rayos de la luz
del rostro de Cristo elevan y ennoblecen todo su ser. La paz del