Página 352 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
porque su mente está dividida. Ha hecho planes y maquinaciones,
ha comprado y vendido, ha puesto mesas.
El moho del mundo ha nublado su percepción y ha pervertido
su intelecto, de modo que sus débiles esfuerzos no han sido ofren-
das agradables a Dios. Si se hubiera divorciado de sus tendencias
especulativas y hubiera trabajado en la dirección opuesta, se habría
enriquecido con el conocimiento divino y tendría ganancias en los
asuntos espirituales en general; mientras que ahora ha perdido poder
espiritual y ha empequeñecido su experiencia religiosa.
Hacer compañía con el Padre y su Hijo Jesucristo nos ennoblece
y eleva y nos convierte en partícipes de gozos indecibles y gloriosos.
Los alimentos, la ropa, la posición social y la riqueza pueden ser
valiosos, pero estar unidos a Dios y ser partícipes de su naturaleza
divina es de un valor incalculable. Nuestras vidas deberían estar
escondidas con Cristo en Dios y, a pesar de que “aún no se ha
manifestado lo que hemos de ser” (
1 Juan 2:2
), “cuando Cristo,
vuestra vida, se manifieste” (
Colosenses 3:4
), “seremos semejantes
a él, porque le veremos tal como él es”
1 Juan 3:2
. La dignidad
principesca del carácter cristiano brillará como el sol y los rayos de
luz que salen de la faz de Cristo se reflejarán sobre aquellos que
se hayan purificado como él es puro. El sacrificio de todo cuanto
poseemos, incluso la propia vida, es un precio irrisorio para pagar el
privilegio de ser hijos de Dios.
Apreciado hermano, debería estar dispuesto a ser un hombre
según el corazón de Dios. Lo que otros quieran hacer o decir que no
esté en estricta concordancia con el modelo cristiano no es excusa
para usted. Dleberá presentarse ante e Juez de toda la tierra, no para
responder por otro, sino por usted mismo. Nuestra responsabilidad
es individual y ningún defecto del carácter humano nos eximirá de
la culpa. En su carácter, Cristo nos dio un modelo perfecto y una
vida sin mancha.
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Los ataques más persistentes del enemigo de las almas se dirigen
a la verdad que profesamos y cualquier desviación de lo que es
correcto arroja sobre ella una sombra de deshonor. Nuestro mayor
peligro reside en distraer la mente de Cristo. El nombre de Jesús
tiene el poder de repeler las tentaciones de Satanás y levantar un
estandarte que nos protege contra él. Mientras el alma permanezca
inamovible y confiada en la virtud y el poder de la expiación, se