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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
Hermano, si usted hubiese estudiado las Sagradas Escrituras con
la misma prontitud con que estaba al acecho para obtener ganancias,
ahora sería un hombre conocedor de la palabra de Dios y capaz de
enseñar a otros. Su falta lo ha inhabilitado para enseñar la verdad a
otros. No ha cultivado esas facultades que harían de usted un obrero
inteligente, espiritual y de éxito para el Maestro. Ha ejercitado tanto,
rasgos de carácter como la codicia y la sagacidad en los negocios
mundanos que su mente se ha desarrollado ampliamente en la di-
rección de la compra y la venta y en la obtención de los mejores
resultados de un negocio. En lugar de fomentar la confianza de sus
hermanos y hermanas, así como la de sus amigos, para que lo consi-
deraran como un hombre de carácter noble que se eleva por encima
de toda insignificancia y avaricia, ha fomentado en ellos su temor
hacia usted. Ha usado su fe religiosa para asegurarse la confianza de
sus hermanos de manera que pudiera practicar sus sucios negocios
y obtener un beneficio. Tanto ha sido así que se ha convertido en
su segunda naturaleza y no se da cuenta de cómo ven los otros su
conducta. En el futuro, si usted desea contrarrestar la influencia que
ha ejercido, la cual ha llevado a otros a alejarse de Cristo y de la
verdad, la piedad debe marcar su vida y su conducta.
Su relación con Dios y los otros hombres exige un cambio de
vida. En el Sermón de la Montaña el Redentor del mundo ordenó:
“Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros,
así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los
profetas”.
Mateo 7:12
. Estas palabras tienen el máximo valor para
nosotros, son la regla de oro por la que se medirá nuestra conducta.
Ésta es la verdadera norma de honestidad. Estas palabras están
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cargadas de significado. Se nos pide que tratemos al prójimo del
mismo modo que queremos que el prójimo nos tratase si nosotros
estuviésemos en su situación.
Plano, Texas, 24 de noviembre de 1878.
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