Consagración en los ministros
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carece de las características de un cristiano, reproducirán sus errores
y deficiencias.
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Hermano, corre el peligro de repetir con fluidez las grandes
verdades expresadas con tanta exactitud y perfección en nuestras
publicaciones, de hablar fervientemente y de manera racional del
declive de la religión en las iglesias, de presentar el modelo evangé-
lico al pueblo de manera muy hábil y, al mismo tiempo, considerar
que los deberes diarios de la vida cristiana, que requieren acción y
sentimiento, no se encuentran entre los asuntos de más importancia.
La religión práctica tiene exigencias similares para el corazón, la
mente y la vida diaria. Nuestra sagrada fe no consiste únicamente
en sentimiento o en acción, sino que ambos deben combinarse en la
vida cristiana. La religión práctica no tiene una existencia indepen-
diente de la acción del Espíritu Santo. Usted necesita su dirección,
como también todos los que participan en la labor de convencer a los
transgresores de su condición perdida. La acción del Espíritu Santo
no elimina la necesidad de que ejercitemos nuestras facultades y
talentos, sino que nos enseña cómo usar cada uno de los dones para
gloria de Dios. Las facultades humanas, puestas bajo la dirección
especial de la gracia de Dios, son susceptibles de ser usadas con
el mejor objetivo en la tierra y se ejercitarán en la vida futura e
inmortal.
Hermano se me ha mostrado que usted podría ser un maestro
de éxito si se santificara profundamente para la obra. Sin embargo,
si no consagra, será un obrero de escasos resultados. A diferencia
del Redentor del Mundo, usted no aceptará las obligaciones, la parte
de esfuerzo laborioso de los deberes del predicador del evangelio.
Como usted, hay muchos otros que aceptan el salario sin apenas
pensar si sus servicios iban más destinados a sí mismos o a la causa,
si han entregado todo su tiempo y todos sus talentos a la obra de
Dios, o si sólo han hablado desde el púlpito y dedicado su tiempo a
sus propios intereses, tendencia o placer.
Cristo, la Majestad del cielo, dejó a un lado sus vestiduras de
realeza y vino a este mundo, abrasado y malogrado por la maldición,
para enseñar cómo vivir una vida de abnegación y sacrificio, y mos-
trarnos cómo se ejerce la religión práctica en la vida diaria. Vino
para dar un correcto ejemplo de cómo es un ministro del evangelio.
Constantemente trabajó con un único objetivo, empleó todas sus