Página 368 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

Basic HTML Version

364
Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
facultades para la salvación de los hombres y cada acto de su vida
[367]
iba dirigido a ese fin. Viajó a pie, enseñando a sus seguidores. Sus
vestiduras estaban polvorientas y sucias por el viaje. Su aspecto no
prometía una experiencia agradable. Sin embargo, las sencillas y
precisas verdades que salían de sus divinos labios hacían que sus
oyentes olvidaran pronto su aspecto y quedasen hipnotizados, no por
el hombre, sino por la doctrina que enseñaba. A menudo, después de
haber enseñado durante todo el día, dedicaba la noche a la oración.
Suplicaba a su Padre con llanto y lágrimas. Oraba, no por él mismo,
sino por aquellos a los cuales vino a redimir.
Pocos son los ministros que, como nuestro Salvador, oran toda la
noche o dedican horas del día a la oración para poder ser ministros
del evangelio capaces y efectivos a la hora de traer a los hombres
para que vean las bellezas de la verdad y se salven por los méritos
de Cristo. Daniel oraba tres veces al día. Y, sin embargo, muchos
de los que ejercen la profesión más elevada no humillan sus almas
en oración ante Dios ni siquiera una vez al día. Jesús, el amado
Salvador, ha dado a todos notables lecciones de humildad, pero
especialmente al ministro evangélico. En su humillación, cuando su
obra en la tierra estaba casi terminada y estaba por volver al trono de
su Padre, de donde había venido con toda la potestad en sus manos
y con toda la gloria sobre su frente, entre las últimas lecciones que
dio a sus discípulos una trataba de la importancia de la humildad.
Mientras éstos contendían en cuanto a quién sería el mayor en el
reino prometido, se ciñó como siervo y lavó los pies de aquellos que
le llamaban Señor y Maestro.
Casi había terminado su ministerio; le quedaban tan sólo unas
pocas lecciones más por impartir. Y a fin de que nunca olvidasen
la humildad del Cordero de Dios, puro y sin mancha, el que, en
favor del hombre, iba a ofrecer el sacrificio más grande y eficaz
se humilló y lavó los pies a los discípulos. Nos beneficiará a to-
dos, pero especialmente a nuestros ministros en general, recordar
frecuentemente las escenas finales de la vida de nuestro Redentor.
Aquí, asediados por tentaciones como él, todos podemos aprender
lecciones de la mayor importancia para nosotros. Sería bueno que
dedicásemos una hora de meditación cada día para repasar la vida
de Cristo desde el pesebre hasta el Calvario. Debemos considerarla
punto por punto, y dejar que la imaginación capte vívidamente cada
[368]