Página 369 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

Basic HTML Version

Consagración en los ministros
365
escena, especialmente las finales de su vida terrenal. Al contemplar
así sus enseñanzas y sus sufrimientos, y el sacrificio infinito que
hizo para la salvación de la familia humana, podemos fortalecer
nuestra fe, vivificar nuestro amor e imbuirnos más profundamente
del espíritu que sostuvo a nuestro Salvador. Si queremos ser salvos,
todos debemos aprender al pie de la cruz, la lección de penitencia y
fe. Cristo sufrió la humillación para salvarnos de la desgracia eterna.
Consintió en que sobre él recayesen el desprecio, las burlas y los
ultrajes a fin de protegernos. Nuestra transgresión aglutinó alrededor
de su alma divina el velo de las tinieblas y le arrancó un clamor
como de quien fuese herido y abandonado de Dios. Llevó nuestros
pesares; fue afligido por nuestros pecados. Se hizo ofrenda por el
pecado, a fin de que pudiésemos ser justificados delante de Dios
por medio de él. Todo lo noble y generoso que hay en el hombre
responderá a la contemplación de Cristo en la cruz.
Anhelo ver a nuestros ministros espaciándose más en la cruz de
Cristo, mientras sus propios corazones se enternecen y subyugan
ante el amor incomparable del Salvador, quien realizara el sacrificio
infinito. Si en relación con la teoría de la verdad, nuestros ministros
se detuviesen más en la piedad práctica, hablando con el corazón
impregnado del espíritu de la misma, veríamos a muchas más almas
agolpándose alrededor del estandarte de la verdad; sus corazones se
conmoverían gracias a las súplicas de la cruz de Cristo, la generosi-
dad infinita y la compasión de Jesús al sufrir por el hombre. Estos
temas vitales, en relación con los puntos doctrinales de nuestra fe,
harían mucho bien a la gente. El corazón del maestro debe rebosar
de un conocimiento experimental del amor de Cristo.
El poderoso argumento de la cruz convencerá de pecado. El
amor divino de Dios hacia los pecadores, expresado en el don de su
Hijo para que sufriese la vergüenza y la muerte, a fin de que ellos
pudiesen ser ennoblecidos y dotados de la vida eterna, es digno de ser
estudiado toda la vida. Le ruego, hermano, que estudie de nuevo la
cruz de Cristo. Si todos los orgullosos y vanagloriosos, cuyo corazón
anhela recibir el aplauso de los hombres y alcanzar distinción por
encima de sus semejantes, pudiesen estimar correctamente el valor
[369]
de la más alta gloria terrenal en contraste con el valor del Hijo
de Dios, rechazado, despreciado y escupido por aquellos mismos