Página 370 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
a quienes había venido a redimir, ¡cuán insignificantes parecerían
todos los honores que puede conceder el hombre finito!
Apreciado hermano, aun a pesar de la imperfección de sus lo-
gros, usted piensa que está cualificado para desempeñar cualquier
función. Sin embargo, todavía le falta el fundamento suficiente para
controlarse. Se cree competente para dictar órdenes a hombres expe-
rimentados mientras usted mismo debería desear que lo guíen y lo
instruyan. Cuanto menos medite en Cristo y su inigualable amor y
cuanto menos se parezca a él, mejor concepto tendrá de usted mismo
en sus propios ojos y su autoconfianza y autosuficiencia se acrecen-
tarán. El correcto conocimiento de Cristo y el mirar constantemente
al Autor y Fin de nuestra fe, le dará una visión del carácter del
verdadero cristiano; sólo así conseguirá valorar en su justa medida
su propia vida y su carácter en contraste con los del gran Ejemplo.
Entonces verá sus propias flaquezas, su ignorancia, su amor por la
comodidad y su rebeldía para negar el yo.
Apenas ha empezado el estudio de la Sagrada Palabra de Dios.
Ha recogido, aquí y allá, algunas gemas de verdad que otros han
sacado a la luz tras muchos esfuerzos. Sin embargo, la Biblia está
llena de ellas; haga que ese Libro sea su estudio más sincero y la
norma de su vida. El peligro está siempre en que menosprecie el
consejo y ponga en usted mayor valor que el que Dios le da. Muchos
están siempre dispuestos a adular y a alabar a un ministro que sabe
hablar. Un ministro joven siempre corre el peligro de ser víctima
de los perjuicios de los aplausos y los favoritismos, al tiempo que
carece de lo esencial que Dios exige de todos los que profesan ser
su boca. Usted tan sólo ha entrado en la escuela de Cristo. La tarea
de adecuación de su obra dura toda la vida. Es una lucha mano
a mano, diaria y laboriosa, con hábitos establecidos, inclinaciones
y tendencias hereditarias. Exige un esfuerzo constante, sincero y
vigilante para observar y controlar al yo, manteniéndolo apartado de
la vista y poniendo a Jesús en un lugar prominente.
Hermano, es preciso que observe los puntos débiles de su carác-
ter, poniendo freno a las malas tendencias y fortaleciendo y desa-
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rrollando las facultades nobles que no han sido correctamente ejer-
citadas. El mundo jamás conocerá el trabajo secreto que Dios y
el alma llevan a cabo, ni la amargura de el espíritu interior, ni la
aversión por el yo o los esfuerzos constantes por controlarlo. Aun