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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
habían colocado a la izquierda. Habían tenido una oportunidad, pero
no quisieron hacer lo que podían y debían haber hecho.
Se mencionaron los nombres de todos los que profesan la verdad.
Se reprendió a algunos por su incredulidad y a otros por haber sido
perezosos. Habían dejado que otros hiciesen la obra de la viña del
Señor y llevasen las más pesadas responsabilidades, mientras que
ellos servían egoístamente a sus propios intereses temporales. Si
hubiesen cultivado la capacidad que Dios les había dado, habrían
llevado fielmente las responsabilidades y habrían trabajado en favor
de los intereses del Maestro. El Juez dijo: “Todos serán justificados
por su fe, y juzgados por sus obras”. ¡Cuán vívidamente aparecía
entonces su negligencia, y cuán prudente el arreglo de Dios al dar a
cada uno una obra que hacer para promover la causa y salvar a sus
semejantes! Cada uno debía manifestar una fe viva entre su fami-
lia y su vecindario, revelando bondad hacia los pobres, compasión
hacia los afligidos, dedicándose a la obra misionera y ayudando a
la causa de Dios con sus recursos. Pero, como en el caso de Meroz,
la maldición de Dios recaía sobre ellos por lo que no habían hecho.
Habían amado el trabajo que les producía el mayor provecho en esta
vida; y frente a sus nombres, en el libro mayor dedicado a las buenas
obras, había un lamentable espacio en blanco.
Las palabras que se dirigieron a estas personas fueron muy so-
lemnes: “Sois pesados en la balanza y se os ha hallado faltos. Habéis
descuidado las responsabilidades espirituales en favor de las activi-
dades temporales, mientras que vuestra misma posición de confianza
hacía necesario que tuvieseis sabiduría más que humana y un juicio
superior al juicio finito. Lo necesitabais incluso para cumplir la parte
mecánica de vuestro trabajo; y cuando separasteis a Dios y su gloria
de vuestros quehaceres, os apartasteis de su bendición”.
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Se hizo luego la pregunta: “¿Por qué no lavasteis las vestiduras de
vuestro carácter y no las emblanquecisteis en la sangre del Cordero?
Dios envió a su Hijo al mundo, no para condenarlo, sino para que por
él pudiese salvarse. Mi amor hacia vosotros fue más abnegado que
el amor de una madre. Para que pudiese borrarse vuestro sombrío
registro de iniquidad, y ofrecerse a vuestros labios la copa de la
salvación, sufrí la muerte de la cruz, llevando el peso y la maldición
de vuestra culpabilidad. Soporté los dolores de la muerte y los
horrores de las tinieblas de la tumba para vencer a aquél que tenía