Página 39 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

Basic HTML Version

Complacencia del apetito
35
se atesoran indulgencias pecaminosas, se rechazan los
Testimonios,
y muchas excusas que son falsas se ofrecen como la razón para
negarse a recibirlos. Pero la
verdadera
razón se esconde. Es la falta
de valor moral, la ausencia de una voluntad fortalecida y controlada
por el Espíritu de Dios, la que les impide renunciar a sus hábitos
dañinos.
No es fácil la tarea de vencer el gusto arraigado por los narcóticos
y los estimulantes. Únicamente en el nombre de Cristo puede ganarse
esta gran victoria. Él venció para beneficio del hombre en el largo
ayuno de casi seis semanas en el desierto de la tentación. Él se
compadece de la debilidad humana. Su amor por el hombre caído
era tan grande que hizo un sacrificio infinito con el fin de alcanzarlo
en su degradación, y a través de su poder divino finalmente elevarlo
a su trono. Pero es tarea del hombre determinar si Cristo podrá
cumplir en su favor aquello que es perfectamente capaz de hacer.
¿Se decidirá el hombre aferrarse del poder divino, y con deter-
minación y perseverancia resistir a Satanás, siguiendo el ejemplo
que Cristo le dio en su conflicto con el enemigo en el desierto de la
tentación? Dios no puede salvar al hombre contra su voluntad del
poder de los artificios de Satanás. El hombre debe trabajar con su
poder humano, ayudado con el poder divino de Cristo, para resistir y
vencer a cualquier costo. En otras palabras, el hombre debe vencer
tal como Cristo venció. Y luego, por medio de la victoria que es
privilegio suyo lograr por el nombre todopoderoso de Jesús, él puede
llegar a ser un heredero de Dios y coheredero con Cristo Jesús. No
podría ser éste el caso si sólo Cristo ganara todas las victorias. El
hombre debe hacer su parte; puede vencer por su propio esfuerzo,
usando la fortaleza y la gracia que Cristo le concede. El hombre
debe ser un obrero con Cristo en la tarea de vencer, y entonces será
participante con Cristo de su gloria.
[37]
La obra en que estamos empeñados es sagrada. El apóstol Pablo
exhorta a sus hermanos diciéndoles: “Así que, amados, puesto que
tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de
carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios”.
2 Corintios 7:1
. Mantener la pureza de nuestro espíritu, como templo
del Espíritu Santo, es un deber sagrado para con Dios.
Si el corazón y la mente se dedican al servicio de Dios, obede-
ciendo todos sus Mandamientos, amándolo con todo el corazón, la