Página 393 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Los embajadores de Cristo
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el sentir de Dios. El Redentor era el modelo perfecto. Jehová se
manifestaba en él. El cielo estaba envuelto en la humanidad, y la
humanidad estaba encerrada en el seno del Amor Infinito. Si los
ministros están dispuestos a sentarse con mansedumbre a los pies
de Jesús, pronto obtendrán una visión correcta del carácter de Dios
y podrán también enseñar a otros. Algunos entran en el ministerio
sin amar profundamente a Dios y a sus semejantes. En la vida de
los tales se manifestará egoísmo y complacencia propia. Mientras
estos centinelas faltos de consagración y fidelidad se están sirviendo
a sí mismos en vez de alimentar la grey y atender a sus deberes
pastorales, el pueblo perece por falta de la debida instrucción.
En todos los discursos deben hacerse llamamientos fervientes
a la gente para que abandone sus pecados y se vuelva a Cristo.
Deben condenarse los pecados y complacencias populares de nuestra
época y debe darse vigor a la piedad práctica. El ministro debe ser
profundamente sincero consigo mismo; debe sentir en el fondo del
corazón las palabras que pronuncia, y debe verse incapacitado para
reprimir su preocupación por las almas de los seres humanos por
los cuales Cristo murió. Del Maestro se dijo: “El celo de tu casa me
consume”.
Juan 2:17
. Y sus representantes deben sentir el mismo
fervor.
Se ha hecho un sacrificio infinito en favor del hombre, pero
habrá sido en vano para toda alma que no acepte la salvación. ¡Cuán
importante es que el que presenta la verdad lo haga comprendiendo
plenamente la responsabilidad que recae sobre él! ¡Cuán tierno,
compasivo y cortés debe ser en su conducta al tratar con las almas
de los hombres, siendo que el Redentor del mundo demostró que
las apreciaba tan altamente! Cristo pregunta: “¿Quién es, pues, el
siervo fiel y prudente, al cual puso su señor sobre su casa?”
Mateo
24:45
. Jesús pregunta: “¿Quién?”, y cada ministro del Evangelio
debe repetir la pregunta en su propio corazón. Al considerar las
verdades solemnes, y al contemplar el cuadro trazado con respecto
al mayordomo fiel y prudente, su alma debe conmoverse hasta lo
más profundo.
A cada hombre le ha sido dada su obra; a nadie se disculpa.
Cada uno tiene una parte que hacer, según su capacidad; y al que
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presenta la verdad le incumbe desentrañar cuidadosamente y con
oración la capacidad de todos los que aceptan la verdad y luego