Página 400 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
Cómo hablar en público
Algunos de nuestros ministros de más talento se causan un gran
daño por causa de su manera defectuosa de hablar. Mientras en-
señan a la gente el deber de obedecer la ley moral de Dios, se les
descubre violando las leyes de Dios al respecto de la vida y la salud.
Los ministros deben permanecer erguidos y hablar lenta, firme y
claramente, tomando una inspiración completa antes de cada frase y
pronunciando las palabras ayudándose de los músculos abdomina-
les. Con la observancia de esta sencilla norma, prestando atención
a las leyes de salud en otros aspectos, conservarán su vida y serán
útiles durante mucho más tiempo que los hombres de cualquier otra
profesión.
El pocho se ensanchará y con la educación de la voz, serán raras
las veces que el orador sufra de afonía, aun hablando constantemente.
En lugar de padecer tisis a causa de las constantes charlas y discur-
sos, nuestros ministros, gracias al cuidado, vencerán la tendencia a
padecer enfermedades de los pulmones. Desearía decir a mis her-
manos ministros: “A menos que os eduquéis para hablar de acuerdo
con las leyes físicas, sacrificaréis la vida y muchos lamentarán la
pérdida de ‘los mártires por la causa de la verdad’, cuando los hechos
son que al descuidar los hábitos correctos hicisteis injusticia con
vosotros mismos y con la verdad que representabais, y robasteis a
Dios y al mundo el servicio que debierais haber rendido. Dios habría
deseado que vivieseis, pero vosotros os suicidasteis lentamente.
La manera de presentar la verdad a menudo tiene mucho que ver
con determinar si se aceptará o se rechazará. Todos los que trabajan
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en la gran causa de la reforma deberían estudiar cómo ser obreros
eficientes, de manera que puedan cumplir la mayor cantidad posible
de bien sin quedar apartados del ejército de la verdad por causa de
sus propias deficiencias.
Los ministros y los maestros deberían disciplinarse para articular
las palabras clara y firmemente, dando a cada una de ellas todo el so-
nido. Quienes hablan rápidamente, con voz engolada, amontonando
las palabras y elevando el tono de la voz hasta niveles antinaturales
no tardarán en sufrir afonía y las palabras perderán la mitad de la
fuerza que habrían tenido de ser dichas lentamente, con claridad y
sin gritar. Los oyentes se compadecen del orador porque saben que