Página 407 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Ministros del evangelio
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en su conducta hacia ellos. El anfitrión puede ser un hombre que
necesita cuidados y trabajo por él. Al manifestar disposición no sólo
a recibir sino a prestar asistencia temporal, a menudo, el ministro
encontrará una vía de acceso al corazón y podrá abrir la puerta para
la recepción de la verdad.
Los perezosos no tienen lugar en la causa de Dios. Se necesitan
obreros honestos, afectuosos, amables y sensatos. El esfuerzo activo
será un bien para nuestros predicadores. La indolencia es prueba de
depravación. Todas y cada una de las facultades de la mente, cada
uno de los huesos del cuerpo, cada músculo de las extremidades,
muestra que Dios deseaba que esas facultades fuesen usadas y no
permanecieran inactivas. El hermano A es demasiado indolente para
poner a trabajar sus energías de manera perseverante. Los hombres
que roban las precisas horas de luz diurna para dormir carecen
del sentido del valor de esos momentos preciosos y dorados. Esos
hombres serán sólo una maldición para la causa de Dios. El hermano
A está autoinfatuado. No es un estudioso de la Biblia fiel. No es lo
que debiera ser ni tampoco lo que podría llegar a ser con un esfuerzo
sincero. De vez en cuando se levanta para hacer algo; sin embargo,
su pereza, su natural tendencia a la comodidad, hace que vuelva a
caer en el mismo canal ocioso. Las personas que no han adquirido
hábitos de trabajo regular y de administración del tiempo deberán
atenerse a normas que las fuercen a ser regulares y enérgicas.
Washington, el padre de la nación, era capaz de llevar a cabo
una gran cantidad de trabajo porque era muy cuidadoso con el orden
y la regularidad. Fechaba todos los documentos y cada uno tenía
su lugar, de manera que no se perdía tiempo buscando algo que se
hubiese traspapelado. Los hombres de Dios deben ser diligentes en
el estudio, honestos en la adquisición de conocimientos y buenos
administradores del tiempo. Mediante los esfuerzos perseverantes
podrán alcanzar casi cualquier grado de preeminencia como cristia-
nos, como hombres poderosos e influyentes. Sin embargo, muchos
nunca alcanzarán un rango superior en el púlpito o en los negocios a
causa de su volubilidad y la laxitud de hábitos adquirida en la juven-
tud. En todo aquello que emprenden se ve la marca del descuido y la
desatención. Un súbito impulso ocasional no basta para reformar a
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los amantes de la comodidad e indolentes. Esa tarea requiere persis-
tencia continuada haciendo el bien. Los hombres de negocios sólo