Página 416 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
serán cuando su formación haya terminado. Los alumnos obtusos
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serán una prueba para ellos y deberán soportar pacientemente su
ignorancia. Su trato con los alumnos sensibles y nerviosos deberá
ser tierno y muy amable, recordando que más adelante deberán en-
contrarse con ellos ante el trono del juicio de Cristo. El sentido de
sus propias imperfecciones debería empujar constantemente a los
profesores para que acaricien sentimientos de tierna comprensión
e indulgencia para con los que están luchando con esas mismas
dificultades. Podrán ayudar a sus alumnos no reprimiendo sus de-
fectos, sino corrigiendo fielmente los errores de tal manera que el
reprendido se una aún más estrechamente al corazón del maestro.
Dios ha unido a los jóvenes y a los viejos con la ley de la
mutua dependencia. Los educadores de los jóvenes deberían sentir
un interés abnegado por los corderos del rebaño siguiendo el ejemplo
que Cristo nos dio con su vida. Hay muy poca ternura compasiva
y demasiada dignidad rígida de juez severo. Todos deberían recibir
justicia exacta e imparcial, porque esta es la exigencia de la religión
de Cristo. Pero siempre se debería recordar que la firmeza y la
justicia tienen una hermana que se llama misericordia. Mostrarse
distante ante los alumnos, tratarlos con indiferencia, ser inaccesible,
arisco y censurador es contrario al espíritu de Cristo.
Cada uno de nosotros necesita abrir el corazón al amor de Dios
para vencer la soberbia y la aspereza y permitir que Jesús entre
para tomar posesión del alma. El educador de jóvenes hará bien en
recordar que a pesar de todas las ventajas que le otorgan la edad,
la educación y la experiencia sigue sin ser un perfecto vencedor.
Él mismo se equivoca y comete errores. Como Cristo lo trata, así
debería él esforzarse por tratar a los jóvenes que están a su cuidado,
que han gozado de menos facilidades y han sufrido un entorno
menos favorable que el suyo. Cristo ha tenido paciencia con los
descarriados y toda su manifiesta perversidad y rebelión. Su amor
por el pecador no se enfría, sus esfuerzos no cesan y no lo abandona
a los azotes de Satanás. Ha abierto los brazos para volver a dar
la bienvenida al descarriado, al rebelde e incluso al apóstata. De
palabra y de acción, los maestros deben representar a Cristo en la
educación y la formación de los jóvenes; así, en el día del juicio no
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serán avergonzados al encontrarse ante sus alumnos y la historia del
gobierno que ejercieron en ellos.