Página 423 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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El colegio
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Deberes de los padres para con el colegio
Nuestros hermanos y hermanas de todas partes deben sentir que
es su deber sostener esta institución que Dios ha ideado. Algunos
de los alumnos regresan a casa murmurando y quejándose, y ciertos
padres y miembros de la iglesia prestan oído atento a sus decla-
raciones exageradas y unilaterales. Sería bueno que considerasen
que la historia tiene dos fases; pero en vez de hacerlo así, permi-
ten que estos informes parciales levanten una valla entre ellos y
el colegio. Empiezan luego a expresar temores, dudas y sospechas
acerca de la manera en que se dirige el mismo. Una influencia tal
ocasiona gran daño. Las palabras de descontento se difunden como
una enfermedad contagiosa, y es difícil contrarrestar la impresión
causada en el espíritu. La historia se amplía con cada repetición, has-
ta que adquiere proporciones gigantescas, cuando una investigación
revelaría el hecho de que no hubo culpa de parte de los maestros o
profesores. Simplemente estaban cumpliendo su deber al poner en
vigencia las reglas que deben practicarse en la escuela para que ésta
no se desmoralice.
Los padres no actúan siempre con prudencia. Muchos exigen que
los demás sigan sus ideas, y se impacientan si no lo consiguen; pero
cuando se requiere que sus propios hijos observen los reglamentos de
la escuela, y estos niños se impacientan bajo la necesaria restricción,
con demasiada frecuencia esos padres, que profesan amar y temer
a Dios, se ponen de parte de los hijos en vez de reprenderlos y
corregir sus defectos. A menudo esto resulta ser el punto decisivo en
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el desarrollo del carácter de sus hijos. Se violan las reglas y el orden,
y se pisotea la disciplina. Los niños desprecian la restricción, y se
les permite hablar despectivamente de las instituciones de Battle
Creek. Bastaría con que los padres reflexionaran para que pudieran
ver el mal resultado de su conducta. Sería de veras algo admirable si
en una escuela de cuatrocientos alumnos, dirigidos por hombres y
mujeres sujetos a las flaquezas de la humanidad, cada paso que se
diera fuese tan perfecto y exacto que no se lo pudiera criticar.
Si los padres quisieran ponerse en la situación de los maestros y
ver cuán difícil resulta dirigir y disciplinar una escuela de centenares
de alumnos de todos los grados y diversas mentalidades, es posible
que, al reflexionar, verían las cosas de forma diferente. Deberían