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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
tenemos la verdad, pero, ¿dónde están el Espíritu y el poder de Dios
para despertar y grabar en el corazón esta convicción de pecado?
¿Dónde está el poder que llevará a los convictos a un conocimiento
real de la piedad vital? Si ni tan sólo se conocen a sí mismos, ¿cómo
pueden presentar la religión de Cristo? Si los jóvenes desean entrar
en la obra, no se los desaliente, pero antes deberán aprender el oficio.
El hermano G pudo haber unido sus esfuerzos con los de los mé-
dicos del sanatorio pero no le fue posible estar en armonía con ellos.
Era demasiado autosuficiente para ser un aprendiz. Era vanidoso y
egoísta. Sus perspectivas eran similares a las de otros jóvenes. Sin
embargo, a diferencia de ellos, que estaban dispuestos a recibir ins-
trucción y a ocupar una posición en la que pudieran ser de máxima
utilidad, no se adaptó a la situación. Pensó que sabía demasiado para
ocupar un puesto de segunda línea. No se entregó a los pacientes.
Sus maneras eran tan dominantes y dictatoriales que su influencia
en el sanatorio no era admisible. No le faltaban capacidades y, de
haber estado dispuesto a que le enseñaran, podría haber obtenido un
conocimiento práctico del trabajo médico. Si hubiera conservado
un espíritu manso y humilde habría tenido éxito. Pero no vio los
defectos de carácter naturales y no los venció. Tenía inclinación al
engaño y a la prevaricación. Eso destruye la utilidad de la vida de
cualquiera y, con toda seguridad, le cerrará las puertas del ministerio.
Es preciso cultivar la veracidad más estricta y evitar el engaño como
quien evita una leprosería. Su corta estatura lo acomplejaba. Para
eso no hay remedio; pero, si lo desea, en su mano está remediar su
carácter defectuoso. La mente y el carácter, con cuidado, se pueden
moldear según el Modelo divino.
La elevación de la mente hace al hombre, no la afectación de
superioridad. El cultivo adecuado de las facultades mentales hace
del hombre lo que es. Esas facultades que lo ennoblecen son una
ayuda para la formación del carácter para la vida futura e inmortal.
Dios creó al hombre para un estado de felicidad más elevado y santo
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de lo que este mundo puede dar. Lo creó a su imagen con fines tan
nobles y elevados como atraer la atención de los ángeles.
Los jóvenes de hoy en día, por lo general, no tienen pensamien-
tos profundos ni actúan de manera sensata. Si se dieran cuenta de
los peligros que acechan a cada paso, se moverían cautelosamente
y escaparían a muchas de las trampas que Satanás ha puesto ante