Página 438 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
Los jóvenes que nunca han tenido éxito en los deberes tempora-
les de la vida tampoco estarán preparados para ocuparse de deberes
más elevados. La experiencia religiosa sólo se alcanza mediante el
conflicto, la derrota, la disciplina severa del yo y la oración sincera.
La fe viva debe aferrarse resueltamente a las promesas; entonces
muchos regresarán de la comunión con Dios con el rostro resplande-
ciente y diciendo, como Jacob: “Vi a Dios cara a cara, y fue librada
mi alma”.
Génesis 32:30
.
Los pasos hacia el cielo deben ser dados de uno en uno. Cada
paso nos da fuerzas para el siguiente. El poder transformador de la
gracia de Dios sobre el corazón humano es una obra que muy pocos
llegan a entender porque son demasiado indolentes para hacer el es-
fuerzo necesario. Las lecciones que los jóvenes ministros aprenden
yendo de un lado para otro y siendo objeto de cuidados cuando no
son adecuados para la tarea, ejercen una influencia desmoralizadora
sobre ellos. No conocen cuál es su lugar ni saben ocuparlo. No
tienen puestos los pies en principios firmes. Hablan con autoridad
de asuntos que desconocen y, por lo tanto, quienes los aceptan como
maestros son conducidos a error. Una persona así inspirará tanto
escepticismo que hará falta la intervención de varias para contrarres-
tarlo, si es posible. Los hombres de mente estrecha se deleitan en las
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objeciones fútiles, en las críticas, en la búsqueda de algo que cuestio-
nar, pensando que es signo de agudeza. Pero en lugar de eso, es una
muestra de falta de refinamiento y estatura mental. ¡Cuánto mejor
no sería que se dispusieran a cultivarse a sí mismos y a ennoblecer y
elevar sus mentes! Así como la flor se vuelve hacia el sol para que
los brillantes rayos puedan contribuir a perfeccionar su belleza y
simetría, el joven debería volverse hacia el Sol de justicia para que
la luz del cielo pueda brillar sobre él, perfeccionando su carácter y
dándole una profunda y permanente experiencia en los asuntos de
Dios. Entonces podrá reflejar los divinos rayos de luz sobre otros.
Los que escogen unir las dudas y la incredulidad al escepticismo no
crecerán en la gracia o la espiritualidad y no son adecuados para la
solemne responsabilidad de llevar la verdad a otros.
Es preciso advertir al mundo de la condena que se avecina. El
sueño y el error de los que permanecen en el pecado son tan profun-
dos, tan parecidos a la muerte, que es necesario que los despierte la
voz de Dios por medio de un ministro muy enérgico. A menos que