Página 475 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Los testamentos y legados
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interpretar falsamente, y abundantes bendiciones se derramarían
sobre la iglesia.
Invito a nuestros hermanos a dejar de robar a Dios. Algunos
están en una situación tal que deben hacer sus testamentos. Pero al
hacerlos, deben tener cuidado de no dar a sus hijos e hijas recursos
que deberían fluir a la tesorería de Dios. Estos testamentos son con
frecuencia motivos de rencillas y disensiones. Para alabanza de los
hijos de Dios en la antigüedad, se registra que él no se avergonzaba
de ser llamado su Dios; y la razón dada es que en vez de buscar y
codiciar egoístamente las posesiones terrenales, o buscar su felicidad
en los placeres mundanales, se colocaban ellos mismos y todo lo que
tenían en las manos de Dios. Vivían sólo para su gloria, declarando
abiertamente que buscaban una patria mejor, a saber, la celestial.
Dios no se avergonzaba de un pueblo tal. No le deshonraba a los ojos
del mundo. La Majestad del cielo no se avergonzaba de llamarlos
hermanos.
Son muchos los que insisten en que no pueden hacer más para la
causa de Dios de lo que hacen ahora; pero no dan según su capacidad.
El Señor abre a veces los ojos cegados por el egoísmo, reduciendo
simplemente sus ingresos a la cantidad que están dispuestos a dar.
Se encuentran caballos muertos en el campo o el establo; el fuego
destruye casas o granjas, o fracasan las cosechas. En muchos casos,
Dios prueba al hombre con bendiciones, y si manifiesta infidelidad
al devolverle los diezmos y las ofrendas, retira su bendición. “El que
siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra
generosamente, generosamente también segará”.
2 Corintios 9:6
. A
vosotros los que seguís a Cristo, os rogamos, por las misericordias de
Cristo y las riquezas de su bondad, y por la honra de la verdad y de la
religión, que os dediquéis vosotros mismos y vuestras propiedades
nuevamente a Dios. En vista del amor y de la compasión de Cristo,
que le hicieron descender de los atrios reales para sufrir abnegación,
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humillación y muerte, pregúntese cada uno: “¿Cuánto debo a mi Se-
ñor?” y luego traed vuestras ofrendas de agradecimiento de acuerdo
con vuestro aprecio por el gran don del cielo en el amado Hijo de
Dios.
Al determinar la proporción que debe darse a la causa de Dios,
cuidad de exceder las exigencias del deber más bien que substraer de
ellas. Considerad para quién es la ofrenda. Este recuerdo ahuyentará