Página 482 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
se sostiene la verdadera dignidad y la gloria que nunca se verán en
esta vida, sino que se apreciarán en la vida futura. El registro de los
actos amables y las acciones generosas perdurará hasta la eternidad.
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En la misma medida en que el hombre obtenga beneficio a costa de
sus semejantes su alma se endurecerá ante la influencia del Espíritu
de Dios. Las ganancias así obtenidas son una terrible pérdida.
Algunos hombres de posición importante no han sido guardianes
de los intereses de otros. Sus propios intereses los han absorbido
completamente y han sido negligentes en la conservación de la
reputación de la iglesia, han sido egoístas y avariciosos, no tenían
puesta la mirada en la gloria de Dios. En cierto grado, toda la iglesia
es responsable de las ofensas de esos miembros porque consiente el
mal al no levantar la voz contra ellos. No se disfruta del perfume de
Dios por variadas razones. Su Espíritu se entristece por el orgullo,
la extravagancia, la deshonestidad y la explotación que se permiten
algunos que profesan ser piadosos. Todo esto atrae el descontento
de Dios sobre su pueblo.
Se me presentaron la incredulidad y los pecados del antiguo
Israel y vi que en el moderno Israel se cometen delitos similares.
La pluma inspirada recogió sus crímenes para que los que viven en
los últimos tiempos pudieran aprender de ellos, para que podamos
evitar su mal ejemplo. Acán codiciaba un lingote de oro y un manto
babilonio que habían sido tomados como botín y los guardó en
secreto para sí. Pero el Señor había maldecido la ciudad de Jericó
y ordenó al pueblo que no tomara botín del enemigo para su uso
personal. “Pero vosotros guardaos del anatema; ni toquéis, ni toméis
alguna cosa del anatema, no sea que hagáis anatema al campamento
de Israel, y lo turbéis. Mas toda la plata y el oro, y los utensilios de
bronce y de hierro, sean consagrados a Jehová, y entren en el tesoro
de Jehová”.
Josué 6:18-19
.
Pero Acán, de la tribu de Judá, tomó una parte del botín maldito
y atrajo la ira del Señor sobre los hijos de Israel. Cuando el ejército
de Israel salió para luchar contra el enemigo fue derrotado y algunos
murieron. El pueblo cayó presa del desaliento. Josué, su dirigente,
estaba perplejo y confundido. Con gran humillación se postró sobre
su rostro y oró: “¡Ah, Señor Jehová! ¿Por qué hiciste pasar a este
pueblo el Jordán, para entregarnos en las manos de los amorreos,
para que nos destruyan? ¡Ojalá nos hubiéramos quedado al otro lado