Página 483 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Deshonestidad en la iglesia
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del Jordán! ¡Ay, Señor! ¿qué diré, ya que Israel ha vuelto la espalda
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delante de sus enemigos? Porque los cananeos y todos los moradores
de la tierra oirán, y nos rodearán, y borrarán nuestro nombre de sobre
la tierra; y entonces, ¿qué harás tú a tu grande nombre?”
Josué 7:7-9
.
La respuesta del Señor a Josué fue: “Levántate; ¿por qué te
postras así sobre tu rostro? Israel ha pecado, y aun han quebrantado
mi pacto que yo les mandé; y también han tomado del anatema,
y hasta han hurtado, han mentido, y aun lo han guardado entre
sus enseres”.
Josué 7:10-11
. Acán había robado algo que estaba
reservado para Dios y lo había guardado con su tesoro. Cuando
vio que el campamento de Israel estaba atribulado disimuló y no
confesó su culpa porque sabía que Josué había repetido al pueblo
las palabras del Señor según las cuales, si se apropiaban de lo que
Dios había reservado, el campamento de Israel sería atribulado.
Mientras gozaba de su ganancia ilícita, su seguridad se vio des-
truida. Oyó que se llevaría a cabo una investigación. Eso lo incomo-
dó. Una y otra vez se repitió: “¿Qué les importa? Soy responsable
de mis actos”. Endureció su rostro y, con maneras muy exageradas
condenó al único culpable. Si hubiese confesado se habría podido
salvar, pero el pecado le endureció el corazón y continuó declarán-
dose inocente. Pensaba que, en medio de una multitud tan grande,
no lo encontrarían. Se echaron suertes para buscar al transgresor. Y
la suerte cayó sobre la tribu de Judá. Entonces el corazón de Acán
empezó a latir lleno de temor porque él pertenecía a esa tribu; pero
siguió engañándose pensando que escaparía. De nuevo se echaron
suertes que señalaron a la su familia. Josué leyó la culpa en su pálida
cara. Se echaron suertes por tercera vez y señalaron al infeliz. Ahí
estaba, señalado por el dedo de Dios como el culpable que había
causado el desastre.
Cuando Acán cedió a la tentación, si le hubieran preguntado si
deseaba traer la desgracia y la muerte al campamento de Israel, él
habría respondido: “¡No, no! ¿Acaso tu siervo es un perro capaz de
cometer tal maldad?” Pero se recreó en la tentación de satisfacer su
codicia y, cuando se presentó la ocasión, fue más allá de lo que se
había propuesto. Exactamente de esa misma manera los miembros
de la iglesia afligen el Espíritu de Dios, estafan a sus vecinos y atraen
la ira de Dios sobre la iglesia. Nadie vive para sí. La vergüenza, la
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derrota y la muerte cayeron sobre Israel por el pecado de un hombre.