Página 505 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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La causa en Battle Creek
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y, en lugar de motivar a las personas para que se consagren a Dios
y escuchen la voz de la iglesia, les enseñan a ser independientes y
no tener en cuenta las opiniones y los juicios ajenos. La influencia
de esa clase de personas ha trabajado secretamente. Algunos no
son conscientes del daño que están causando; sino que, siendo ellos
mismos orgullosos y rebeldes y no habiéndose consagrado, llevan a
otros en una dirección equivocada. Están envueltos de una atmósfera
ponzoñosa. La sangre de las almas mancha sus vestiduras. En el
día del juicio final Cristo les dirá: “Apartaos de mí todos vosotros,
hacedores de maldad”.
Lucas 13:27
. Por más que queden atónitos,
sus vidas pretendidamente cristianas habrán sido un fraude y un
engaño.
Si todos los que están en Battle Creek fuesen fieles a la luz
que Dios les ha dado y a los intereses de la iglesia, si sintiesen el
valor de las almas por las cuales murió Cristo, la influencia que se
ejercería sería otra. No obstante, vemos que, en gran medida, se
repite la conducta de los hijos de Israel. El pueblo estaba ante el
monte Sinaí, escuchando la voz de Dios, fuertemente impresionado
por su sagrada presencia, y presas del terror, los israelitas dijeron a
Moisés: “Habla tú con nosotros, y nosotros oiremos; pero no hable
Dios con nosotros, para que no muramos”.
Éxodo 20:19
. Ante el
monte Sinaí pronunciaron solemnes votos de adhesión a Dios; pero,
apenas hubieron cesado los truenos, la trompeta y la voz de Dios,
se arrodillaron ante un ídolo. Su dirigente había sido llamado y
ocultado de su vista por una densa nube para conversar con Dios.
El colaborador de Moisés, a quien se le había encomendado la
solemne carga de cuidar del pueblo durante su ausencia, escuchó
cómo se quejaban de que Moisés los había abandonado y expresaron
el deseo de regresar a Egipto; y sin embargo, por miedo a ofender al
pueblo, permaneció en silencio. No permaneció firme a Dios sino
que, para complacer al pueblo fundió un becerro de oro. Parecía estar
adormecido ante el comienzo del mal. Cuando escuchó la primera
palabra de rebelión, Aarón debía haberla reprimido; pero temía tanto
ofender al pueblo que, aparentemente, se unió a los israelitas y,
finalmente, fue persuadido de fundir un becerro de oro para que lo
adoraran.
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Los ministros tienen que ser guardas fieles que ven el mal y ad-
vierten a los fieles. Deben expresarles constantemente los peligros e