Página 507 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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La causa en Battle Creek
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la pureza y la justicia. Pero carecía de la fuerza moral necesaria para
suprimir el mal. Amaba la paz y la armonía y se volvió más y más
insensible a la impureza y al delito. Pero Dios se encargó del asunto
con sus propias manos. Cuando la reprensión llegó a él a través
de un niño, la aceptó y sintió que era lo que merecía. No mostró
resentimiento hacia Samuel, el mensajero de Dios; lo amó como
hasta ahora lo había hecho pero se condenó a sí mismo.
Los hijos culpables de Elí murieron en la batalla. Pudo soportar
la noticia de la muerte de sus hijos, pero no resistió saber que el arca
de Dios había sido tomada. Sabía que había pecado por descuido al
no defender la justicia ni reprender el mal y que, finalmente, había
privado a Israel de su fuerza y su gloria. Su cara palideció de muerte
y, tras caer de espaldas, murió.
¡Qué lección encontramos aquí para los padres y los guardianes
de la juventud, así como los que ministran en el servicio de Dios!
Cuando no se corrigen los males porque los hombres tienen muy
poco valor para reprender el error, o porque están poco interesados
o son demasiado indolentes para invertir sus propias facultades en
esforzarse honestamente para purificar la familia o la iglesia de Dios,
son responsables del mal que pueda resultar como consecuencia de
su abandono del deber. Somos tan responsables de los males que
hubiésemos podido corregir en los demás mediante la reprensión, la
advertencia o el ejercicio de la autoridad paterna o pastoral como si
nosotros mismos hubiésemos cometido tales actos.
Elí debería haber intentado refrenar el mal primero con medidas
suaves, pero si eso no hubiera bastado, debería haber subyugado
el error con las medidas más severas. El honor de Dios es sagrado
y debe ser preservado, incluso si esto nos separa del familiar más
cercano. Un único defecto en un hombre que goza de muchos talen-
tos puede destruir su utilidad en esta vida y ser causa de que en el
día de Dios escuche las desagradables palabras: “Apartaos de mí,
hacedores de maldad”.
Mateo 7:23
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Elí era amable, amoroso y cortés; sentía un verdadero interés
por el servicio de Dios y la prosperidad de su causa. Su oración era
poderosa. Nunca se levantó en rebelión contra las palabras de Dios.
Pero tenía un defecto, le faltaba firmeza de carácter para reprender
el pecado y ejecutar la justicia contra el pecador. Por eso Dios no
podía confiar en él para mantener la pureza de Israel. No añadió a su