Página 522 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
tu fe no falte”.
Lucas 22:31, 32
. ¿Quién puede calcular el resultado
de las oraciones del Salvador del mundo? Cuando Jesús vea el fruto
del trabajo de su alma y quede satisfecho, entonces comprenderá el
valor de sus fervientes oraciones mientras su divinidad estaba velada
con humanidad.
Jesús oró no sólo por uno, sino por todos sus discípulos: “Padre,
aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, ellos estén
también conmigo”.
Juan 17:24
. Su ojo atravesó el oscuro velo del
futuro, y leyó la biografía de cada hijo e hija de Adán. Sintió las
cargas y tristezas de toda alma agitada por la tempestad; y esta
oración ferviente incluyó al mismo tiempo que a sus discípulos
vivos, a todos los que le siguiesen hasta el fin del mundo. “Mas no
ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en
mí por la palabra de ellos”.
Juan 17:20
. Sí; esa oración de Cristo nos
abarca aún a nosotros. Debemos ser consolados por el pensamiento
de que tenemos un gran Intercesor en el cielo, que presenta nuestras
peticiones ante Dios.
“Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre,
a Jesucristo el justo”.
1 Juan 2:1
. En la hora de mayor necesidad,
cuando el desaliento quiera abrumar el alma, es cuando el vigilante
ojo de Jesús verá que necesitamos su ayuda. La hora de la nece-
sidad humana es la hora de la oportunidad de Dios. Cuando todo
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apoyo humano fracasa, entonces Jesús acude en nuestro auxilio, y
su presencia despeja las tinieblas y disipa la nube de lobreguez.
En su barquichuelo, sobre el mar de Galilea, en medio de la tem-
pestad y las tinieblas, los discípulos luchaban para alcanzar la orilla,
pero todos sus esfuerzos eran infructuosos. Cuando la desesperación
se estaba apoderando de ellos, vieron a Jesús que andaba sobre las
ondas espumosas. Pero al principio no reconocieron la presencia
de Cristo, y su terror aumentó hasta que su voz diciendo: “Yo soy,
no temáis” (
Juan 6:29
), disipó sus temores y les infundió esperan-
za y gozo. Entonces, ¡cuán voluntariamente los pobres y cansados
discípulos cesaron en sus esfuerzos y lo confiaron todo al Maestro!
Este sorprendente incidente ilustra la experiencia de los que si-
guen a Cristo. ¡Con cuánta frecuencia nos aferramos a los remos,
como si nuestra propia fuerza y sabiduría bastaran, hasta que encon-
tramos inútiles nuestros esfuerzos. Entonces, con manos temblorosas
y fuerza desfalleciente, entregamos el trabajo a Jesús y confesamos