Página 524 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
obra, y con frecuencia hará triunfar gloriosamente la causa de la
verdad.
Después de la transgresión de Israel, cuando éste se hizo el
becerro de oro, Moisés volvió a interceder ante Dios en favor de
su pueblo. Él tenía cierto conocimiento de aquellos que habían
sido confiados a su cuidado; conocía la perversidad del corazón
humano, y comprendía las dificultades con que debía contender.
Pero había aprendido por experiencia que a fin de tener influencia
sobre el pueblo, debía tener primero poder con Dios. El Señor leyó
la sinceridad y el propósito abnegado del corazón de su siervo, y
condescendió en comunicarse con este débil mortal cara a cara,
como un hombre habla con un amigo. Moisés se confió a Dios a sí
mismo junto con todas sus cuitas, y abrió libremente su alma delante
de él. El Señor no reprendió a su siervo, sino que condescendió en
escuchar sus súplicas.
Moisés tenía un profundo sentimiento de su indignidad y de su
falta de capacidad para la gran obra a la cual Dios le había llamado.
Suplicó con intenso fervor que el Señor fuese con él. La respuesta
que recibió fue: “Mi presencia irá contigo, y te daré descanso”
Éxodo 33:14
. Pero Moisés no creía que podía conformarse con esto.
Había ganado mucho, pero anhelaba acercarse más a Dios, y obtener
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mayor seguridad de su permanente presencia. Había llevado la carga
de Israel; había soportado un peso abrumador de responsabilidad;
cuando el pueblo pecaba, él sufría intenso remordimiento, como si él
mismo fuese culpable; y ahora oprimía su alma un sentimiento de los
terribles resultados que se producirían si Dios abandonaba a los hijos
de Israel a la dureza e impenitencia de su corazón. No vacilarían en
matar a Moisés, y por su propia temeridad y perversidad, no tardarían
en caer presa de sus enemigos, y así deshonrarían el nombre de Dios
ante los paganos. Moisés insistía en su petición con tanto fervor y
sinceridad, que le llegó la respuesta: “También haré esto que has
dicho, por cuanto has hallado gracia en mis ojos, y te he conocido
por tu nombre”.
Éxodo 33:17
.
Al llegar a este punto esperaríamos que el profeta dejase de
interceder; pero no, envalentonado por su éxito, se atrevió a acercarse
más a Dios, con una santa familiaridad que casi supera nuestra
comprensión. Hizo luego una petición que ningún ser humano hizo
antes: “Te ruego que me muestres tu gloria”.
Éxodo 33:18
. ¡Qué