Página 534 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 4 (2007)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
Corremos el peligro de considerar a los ministros de Cristo
como simples hombres y no reconocerlos como sus representantes.
Todas las consideraciones personales deben ser puestas a un lado,
debemos escuchar la palabra de Dios que nos llega por medio de
sus embajadores. Cristo siempre envía mensajes a aquellos que
escuchan su voz. La noche de la agonía de nuestro Salvador, en el
huerto de Getsemaní, los discípulos, dormidos, no escucharon la voz
de Jesús; tenían un tenue atisbo de la presencia de los ángeles, pero
la somnolencia y el sopor les impidieron recibir la prueba que habría
fortalecido sus almas, preparándolas para las terribles escenas que
se les avecinaban. Así pues, los mismos hombres que más necesitan
la instrucción divina, a menudo, no la reciben porque no establecen
comunicación con el cielo. Satanás siempre busca controlar la mente
y nadie está a salvo a menos que tenga una conexión constante con
Dios. En algunos momentos debemos recibir provisiones del cielo y
si queremos que el poder de Dios nos guarde debemos obedecer sus
exigencias.
La condición para que llevéis fruto es que permanezcáis en la Vid
verdadera. “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano
no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así
tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros
los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho
fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. El que en mí no
permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los
recogen, y los echan en el fuego, y arden”.
Juan 15:4-6
.
Todos vuestros buenos propósitos y vuestras buenas intenciones
no os capacitarán para resistir la prueba de la tentación. Es preciso
que seáis hombres de oración. Vuestras peticiones no deben ser
vagas, ocasionales e intermitentes, sino sinceras, perseverantes y
constantes. Para orar no es preciso que estéis solos o que os arrodi-
lléis; en medio del trabajo el alma se puede elevar a Dios y aferrarse
a su fuerza. Entonces seréis hombres con propósitos santos y ele-
vados, de noble integridad, a los cuales ninguna consideración los
desviará de la verdad, lo correcto y la justicia.
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Las urgencias, las cargas y las obligaciones os apremian; pero
cuanto mayor sea la presión que soportéis, cuanto mayor sea la carga
que debáis soportar, tanto más necesitáis la ayuda divina. Jesús será
vuestro auxilio. Constantemente necesitáis que la luz de la vida